La locura ocurrió a primera hora de la mañana, cuando miembros de la secta Aum Shinrikyo ("Verdad Suprema") entraron el 20 de marzo de 1995 en varios trenes del metro de Tokio. Con las afiladas puntas de sus paraguas agujerearon bolsas de plástico que contenían gas sarín y lo liberaron bajo el distrito gubernamental.
Las imágenes de personas con espuma sangrienta en la boca recorrieron entonces todo el mundo. Murieron 12 ciudadanos y miles resultaron heridos.
10 años después, muchas víctimas siguen sufriendo secuelas psíquicas, físicas y financieras y acusan al gobierno de haberlas abandonado.
"En los últimos 10 años hemos elevado numerosos pedidos de ayuda estatal. Pero hasta hoy el Gobierno no ha movido un dedo para ayudarnos", se queja Shizue Takahashi a la agencia de noticias Kyodo.
El día de los atentados, su marido, que era empleado del metro, recogió las bolsas con el gas nervioso y murió poco después.
Su viuda dirige ahora un grupo de víctimas que subraya el hecho de que cualquiera pudo ser víctima del ataque.
Sin embargo, el Gobierno parece opinar que simplemente tuvieron mala suerte, denuncia.
La secta quiso impedir con el atentado un registro que la policía iba a realizar contra su sede al pie del monte sagrado Fuji. El fundador de la secta, Shoko Asahara, un hombre prácticamente ciego, utilizó el vacío espiritual surgido tras los años de boom económico en Japón para captar a las jóvenes generaciones a religiones como Aum.
Pero las autoridades, en vez de analizar el trasfondo de la catástrofe social, convirtieron a Asahara en un monstruo inhumano -y por tanto no japonés- y miembros de la secta inocentes fueron declarados enemigos del Estado.
Hace un año, una corte sentenció a muerte a Asahara, cuyo nombre real es Chizuo Matsumoto. Con él fueron condenados los últimos de los 189 acusados, 12 de ellos a la pena capital.
Los actuales mil 650 seguidores de la secta, que cambió su nombre por el de Aleph y rechazó la violencia, son vigilados de cerca por la policía.
Algunas víctimas obtuvieron indemnizaciones modestas de algunas compañías que colaboraron con la secta en procesos civiles.
Pero el Gobierno se mueve muy lentamente en lo que respecta a las ayudas financieras urgentes, así como las asistencias psicológica y médica.
Todo ello pese a que la secta atacó precisamente el sistema del Gobierno, afirma un hombre cuya hermana quedó casi totalmente paralizada en el atentado y cuyas facultades mentales se han visto reducidas a las de una niña pequeña.
Otras víctimas sufren aún hoy problemas oculares, dolores de cabeza y lesiones postraumáticas con síntomas como náuseas, ataques de pánico e insomnio.
"Lo que hacemos es algo que en realidad debería hacer el Gobierno y no un grupo privado como el nuestro", afirma un representante del Recovery Support Center en Tokio, que realiza exámenes médicos gratuitos a las víctimas.
El pasado sábado, un día antes del décimo aniversario de la tragedia, los supervivientes participaron en una marcha de conmemoración y otros actos para instar al Gobierno de Tokio a asumir de una vez por todas de forma adecuada la situación.
Inquietud
En tanto, la inquietud por el terrorismo ha vuelto a Estados Unidos (EU) tras una falsa alarma de ántrax y nuevos informes del Gobierno sobre posibles riesgos, el último de los cuales detalla los escenarios más "devastadores" y calcula víctimas y daños económicos.
Ese último documento, titulado "Planificación Nacional de Escenarios", incluye entre los 15 posibles atentados y desastres naturales más verosímiles y devastadores una explosión nuclear, un atentado con gas sarín, una peste neumónica o una bomba radiactiva.
Aunque teóricamente se trata de un informe confidencial, el texto fue colocado por error en páginas de internet de algunos estados, como Hawai, y publicado por el diario The New York Times.
Su objetivo no es atemorizar a la población, sino que simplemente persigue ayudar a las autoridades locales, estatales y federales a prevenir atentados. De hecho, fuentes oficiales citadas por el Times aseguran que no hay indicios creíbles de que ninguno de los ataques que se detallan en el informe vaya a producirse.
Como ejemplo, el documento precisa que la explosión de un depósito de cloro provocaría 17 mil 500 muertes.

