Quince millones de papeletas están ya impresas y preparadas en las provincias afganas para la segunda vuelta electoral del próximo sábado, en la que los afganos debían decidir definitivamente si iban a ser gobernados por el presidente Hamid Karzai o por el ex ministro de Exteriores Abdullah Abdullah.
La votación debía acabar de una vez por todas con el caos electoral que desde hace ya casi dos meses y medio paraliza no solo Afganistán, sino también decisiones estratégicas en Washington.
La primera vuelta, marcada por un fraude masivo, al menos habría cobrado con esta segunda votación una mínima apariencia de legitimidad. Pero toda esperanza quedó truncada ayer domingo, después de que Abdullah anunció que no participará en la nueva vuelta.
Abdullah había exigido a Karzai, sin éxito, el reemplazo del jefe de la Comisión Electoral Independiente (IEC por sus siglas en inglés) nombrado por el propio Karzai.
En las últimas semanas, la IEC apenas dejó dudas de que lo único que tiene de independiente es el nombre.
En esa situación, Abdullah dijo que no es posible celebrar “elecciones transparentes” y consideró que no existen razones sólidas que animen a pensar que en la segunda vuelta se producirán menos manipulaciones que en la primera el 20 de agosto, cuando el fraude electoral favoreció a Karzai más que a ningún otro candidato.
En todo caso, incluso después de restar los votos falsificados, Karzai sacó casi 20 puntos a Abdullah, quien por medio de su retirada evita una probable derrota.
El anuncio de Abdullah plantea un dilema para Afganistán: la Constitución ni siquiera contempla la retirada de un candidato en una segunda vuelta electoral.
El artículo 61 subraya con claridad que solo quien obtiene una mayoría absoluta en la primera vuelta, que Karzai no alcanzó por poco en los resultados corregidos, es el candidato ganador.
Puesto que ningún candidato superó la barrera de 50%, fue necesario convocar una segunda vuelta.
La IEC ya confirmó que la votación tendrá lugar, incluso con la ausencia de Abdullah.
El proceso electoral “se ha convertido en una farsa”, aseguró Thomas Ruttig, de Afganistan Analysts Network. “El asunto se ha convertido en un embrollo total. Así no puede surgir un gobierno legítimo”.
Lo contrario sostuvo la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, que en una conferencia de prensa desde Jerusalén sostuvo que la renuncia de Abdullah “no afecta en ningún caso la legitimidad” del proceso.
En contra de lo decidido por la comisión, la comunidad internacional quiere evitar una nueva votación, en la que la seguridad volvería a recaer en los soldados extranjeros, a pesar de que la elección no merece este nombre.
En vista de las amenazas masivas por parte de los talibanes, casi ningún afgano querrá arriesgar su vida para depositar su voto, cuando de todas formas solo concurre un candidato.
Aunque Karzai tiene la victoria asegurada, en caso de que la participación sea mínima su gobierno apenas tendría legitimidad democrática.
Desde el punto de vista de Occidente, una salida factible sería la formación de un gobierno de unidad nacional, en el que Karzai incluiría el partido de Abdullah. Sin embargo, el presidente rechaza desde hace semanas esa opción.

