Elaine Sciolino Mientras Estados Unidos pondera si extender la guerra contra el terrorismo a Irak, varios funcionarios y ex funcionarios han tratado de conectar los puntos entre Osama bin Laden y Saddam Hussein.
Funcionarios del gobierno de George W. Bush discuten la credibilidad de las afirmaciones de servidores checos de una reunión en Praga entre un agente de inteligencia iraquí y el principal operador suicida de bin Laden en los ataques del 11 de septiembre. R. James Woolsey, ex director de la Agencia Central de Inteligencia, ha tratado de vincular a Saddam con los ataques de ántrax en Estados Unidos.
¿Pero qué, si hay algo, conecta a bin Laden, el extremista religioso moderno del terrorismo, con Saddam, el presidente seglar de Irak? Evidentemente, los dos hombres comparten un odio por Estados Unidos y su presencia militar en el Golfo Pérsico, y la convicción de que la comunidad internacional estaba usando las sanciones para matar de hambre al pueblo iraquí. Y ambos son hábiles creadores de mitos.
Bin Laden se ha descrito como un profeta de los tiempos modernos, que recita poesía y posa enfrente de cuevas, bañado por la luz del sol, como Mahoma. Saddam ha sido incluso más creativo. Nunca sirvió en el ejército, pero en 1990 se promovió a mariscal de campo. En las pinturas de seis metros de alto que dominan el paisaje de Irak, ha sido un jinete del desierto, un campesino que recolecta trigo y un obrero de la construcción que transporta cemento. Pero ahí es donde terminan las similitudes.
Bin Laden predica una versión extremista y militante del islam y afirma ser leal solo a Dios. Ha atacado a la familia real saudita como infieles por permitir que las tropas estadounidenses tengan sus bases cerca de los recintos más sagrados del islam.
En realidad, después de que Irak invadió Kuwait en 1990, bin Laden, recién salido de la guerra contra los invasores soviéticos de Afganistán, llamó al príncipe Sultán, ministro de Defensa de Arabia Saudita. Según un relato contado a menudo en círculos sauditas oficiales, bin Laden dijo que Arabia Saudita no necesitaba un ejército infiel extranjero para derrotar a Irak; él y sus seguidores podían hacerlo. No hay cuevas en Kuwait, dijo entonces Sultán. ¿Qué hará cuando le lance misiles con armas químicas y biológicas?. Bin Laden respondió: Lo combatiremos con la fe.
Saddam, en contraste, es el creador de un estado seglar cuya lealtad es consigo mismo. En su campaña de modernización ha permitido beber alcohol en público y la libertad en el vestido de las mujeres. Ha usado la crueldad, la astucia y el expansionismo para exterminar a sus enemigos en su búsqueda de homogeneizar física e intelectualmente a una población diversa y moldear a Irak como la nación-Estado más poderosa del mundo árabe. Eso incluye la represión de la comunidad chiíta de Irak, aproximadamente 55% de la población.
En los años 70, el líder chiíta más respetado del país, el ayatolá Mohammad Bakr al-Sadr, apoyó un movimiento religioso clandestino que predicaba un regreso a los principios islámicos en el Gobierno y la justicia social para todos. Los disturbios antigubernamentales en nombre del islam fueron sofocados.
En 1979, después de que el ayatolá encabezó una procesión que elogiaba la revolución islámica en Irán, los chiítas protagonizaron disturbios masivos contra el régimen iraquí. Al año siguiente, el ayatolá, su hermana y sus seguidores fueron ejecutados.
Cuando los chiítas en el sur se rebelaron después de la Guerra del Golfo de 1991, Saddam envió a sus guardias republicanos de elite, que ametrallaron a las multitudes, rociaron a los heridos con gasolina y les prendieron fuego, y públicamente colgaron a los cautivos como una lección para potenciales conspiradores.
No solo Saddam no es un fundamentalista islámico, ha estado en guerra con los fundamentalistas, dijo Judith Yaphe, investigadora de la Universidad de Defensa Nacional. La única lealtad en la que confía es la lealtad a sí mismo. De manera que Dios es un rival.
Sin embargo, Saddam, como bin Laden, comprende el poder de la religión y ha usado su imaginación para reinventarse. En lo que muchos musulmanes consideraron como herejía, Saddam, musulmán sunita, hizo que realizaran su árbol genealógico que remonta su ascendencia a la hija de Mahoma, Fátima, su yerno Ali y su hijo Hussein, los patronos espirituales de los chiítas.
Durante la guerra contra Irán, Saddam denunció la búsqueda del ayatolá Ruhollah Khomeini del liderazgo del mundo islámico. Los persas, dijo, no podían encabezar al mundo musulmán.
A fines de los 80, Saddam hizo la peregrinación a La Meca que todo buen musulmán debe hacer al menos una vez. Fotografías de Saddam envuelto en la túnica blanca del peregrino, besando la Piedra Negra en la Gran Mezquita han sido colgadas en los atrios de las mezquitas chiítas en todo el país.
Recientemente, Saddam ha llevado su uso de la religión a un nivel al que ni siquiera bin Laden aspira. En una mezquita en las afueras de Bagdad se encuentra una copia manuscrita de El Corán. Funcionarios afirman que en los últimos tres años Saddam donó sangre para producir la tinta para el libro de 600 páginas.
La autora es periodista de The New York Times
