En menos de cinco horas, las esperanzas del ex primer ministro paquistaní, Nawaz Sharif, de realizar una entrada triunfal en su país, tras siete años de exilio, se desvanecieron con el humo del jet saudí en el que fue nuevamente deportado.
El presidente Pervez Musharraf derrocó a Sharif con un golpe de Estado en 1999 y un año después lo envió al exilio en Arabia Saudí.
Pero pese a que recientemente el Tribunal Supremo paquistaní estableció que Sharif tenía vía libre para regresar a Pakistán y permanecer en el país, el dictamen no se pudo concretar.
Confinado en la sala de llegadas del aeropuerto y con una orden de arresto por cargos de blanqueo de dinero, las cámaras mostraron a un Sharif con ojos llorosos pero digno, que aseguró que no abandonaría el edificio si no era para embarcar en un vuelo de ida.
"El Gobierno no conoce ninguna ley ni moralidad", dijo a los reporteros que lo acompañaron desde Londres en su misión de "democracia contra la dictadura".
Ante la proximidad de las elecciones parlamentarias y presidenciales y las pretensiones de Musharraf de mantenerse otros cinco años en el poder, Sharif aprovechó la oportunidad de regresar que le brindó el pasado mes el alto magistrado del Tribunal Supremo, Iftikhar Chaudry.
El ex jefe de Justicia, Sayyad Ali Shah, dijo que la actuación del Gobierno supone un desacato al Tribunal Supremo, que había dejado claro en su sentencia el "derecho inalienable de Sharif no solo a entrar cuando quiera en el país, sino a permanecer [en él]".
Otros ministros, en cambio, se mostraron implacables. "La deportación (de Sharif) se realiza por el interés de la nación", dijo el ministro del Interior, Aftab Sherpao, después de que el ex mandatario fuera enviado de vuelta al exilio.
