Una de las grandes obsesiones de los círculos políticos e intelectuales del tercer mundo es la búsqueda de un sistema económico alternativo al “neoliberalismo salvaje”. Es como la espera del mesías; un amuleto de superioridad racionalista que deslumbra las mentes y las emociones desbordadas de un mundo de gente desesperada y sin rumbo político.
Viví tres años en Venezuela desde 1990 a 1993 y desde mi llegada le decía los nativos de ese país: “aquí tiene que pasar algo”. Sin embargo, me respondían que nunca pasaba nada. No obstante ha pasado lo peor. Embelesados por los años de riqueza fácil luego de la nacionalización del petróleo, han ratificado al tan esperado profeta del igualitarismo.
Latinoamérica es un fecundo campo y diría, la cuna de la demagogia y la retórica antimercado. Si hay una región estancada en el planeta es precisamente Latinoamérica; y lo sucedido en Venezuela, donde una mayoría significativa del pueblo utiliza los instrumentos de la democracia para ir en contra de la libertad y la democracia, no es más que la continuidad de la saga tercermundista que agobia esta parte del orbe. El resultado del referéndum revela un acto de alienación colectiva, en el que se evade la realidad de profunda pobreza que en los últimos cinco años ha aumentado en esa pobre nación rica. Los ingresos petroleros de Venezuela son suficientes para crear las bases de una potencia cultural y económica a nivel mundial, sin embargo no es así, amén de la existencia de oro, aluminio, hierro, costas ricas en recursos hídricos y naturaleza viva.
Chávez es un hechizo populista que lleva a cabo una insólita carrera antihistórica de involución social y de experimentación politiquera e irresponsable; y que con los votos de unos 4 millones de personas tiene a ese país en el centro de una novela de tragicomedia que no tiene pronto final. Es una reacción a años de corrupción sin mejorar nada. Chávez ha corrompido en mayor grado las instituciones democráticas, pero peor aún, ha envilecido y corrompido a la conciencia de una gran masa de marginados que cree en el uso del poder público para quitar a unos y regalar a otros como la forma correcta de llevar una sociedad. Una especie de estilo corrompido de vida, que durará lo que dure la actual bonanza coyuntural petrolera (dentro de poco saldrán autos de hidrógeno y alcohol). A la oposición le faltan ocho puntos porcentuales para alcanzar la mayoría absoluta.
Venezuela (y no falta mucho para que otras naciones hispanoamericanas pasen por el mismo proceso de alienación antidemocrática y antimercado), padece de una cultura política arcaica. La propia PNUD ha revelado eso en un estudio sobre los valores democráticos de los ciudadanos, en el cual aflora una proclividad al salvacionismo de sus dirigentes políticos y una fe en el autoritarismo populista.
Como el neoliberalismo en lo económico, en lo político, la democracia no funciona en Latinoamérica y no porque haya formas autóctonas de organizarse, sino que no hay una base cultural y educativa que permita su asentamiento en la sociedad. La actitud del ¿cuánto hay pa’ eso? es la expresión popular que los venezolanos de diferentes capas sociales usan para manifestar el modus operandi en su día a día.
El mensaje venezolano es preocupante para el resto de la región que va en carrera frenética buscando al “salvador de la patria”, pero se encuentra con el paraíso de la idiotez política, renunciando a su futuro y transitando el camino a la servidumbre de la mano de un ensueño bolivariano de la riqueza fácil llamado Hugo Chávez. Aún así, la esperanza después de esta pesadilla será el vehículo que transportará a este atribulado pueblo, que también cuenta con gente maravillosa y talentosa, a un mejor destino.
