Mientras la violencia contra los adultos es perseguida y condenada en la mayor parte del mundo, aún se permiten los castigos corporales a los niños en la familia y la escuela. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) denuncia que sólo 15 de los 190 Estados existentes han prohibido todo tipo de violencia contra los niños, incluidos los castigos en el ámbito familiar.
Con el fin de contribuir a la eliminación de este tipo de prácticas, la UNESCO y el Instituto Internacional para los Derechos del Niño y el Desarrollo (IICRD) se han unido para publicar Eliminating corporal punishment. Se trata de una guía que indica los pasos necesarios para sustituir los castigos corporales por otros métodos que respetan los derechos de los niños y son igual de eficaces.
"Aunque los castigos corporales, incluidos los que ocurren en las familias, están prohibidos y son incompatibles con la Convención de Derechos Humanos, todavía se producen en muchos países" afirma Peter Newell, coordinador del proyecto. Según denuncia el libro, en casi 180 países, algunos padres y educadores pegan y humillan a los niños. El 50% de los Estados utiliza los daños corporales como parte de sus sistemas penales aplicados a los niños, al igual que el 65% de las escuelas y de las otras instituciones.
Los países que han suprimido por completo los castigos corporales son Suecia, Finlandia, Noruega, Austria, Dinamarca, Chipre, Letonia, Croacia, Israel, Alemania, Islandia, Ucrania y Rumania. En Suiza e Italia, sus respectivos Tribunales Supremos han dictaminado que esta clase de castigos no son legales.
El castigo corporal utilizado de forma sistemática como parte de la disciplina es una cuestión que ha preocupado a educadores, sociólogos y psicólogos de todas las épocas. Cicerón, Séneca o Quintiliano protestaron ya en su tiempo contra los castigos corporales, cuando los maestros no dudaban en flagelar a los alumnos más rebeldes. También lo hicieron más tarde Erasmo y Montaigne. Emile Durkheim, sociólogo del siglo XIX, condenaba con dureza los castigos corporales en su libro La Educación Moral: "Uno de los principales objetos de la educación moral es dar al niño el sentimiento de su dignidad de hombre. Los castigos corporales son ofensas perpetuas a ese sentimiento".
Los castigos deben servir como respuesta al mal comportamiento del niño, para que no pierda el respeto a la autoridad, pero nunca para expiar la culpa mediante el sufrimiento o para intimidarle. Las sanciones de tipo físico no enseñan nada y a largo plazo influyen negativamente en el proceso de educación. Un niño que respeta las normas sólo por temor a las represalias no adquirirá un verdadero comportamiento social. Cuando crezca, una vez perdido el miedo a la autoridad, es muy probable que desaparezca también el respeto a las leyes. Además, está demostrado que las personas que son castigadas de esta forma en su infancia reproducen la misma conducta en su entorno familiar cuando son adultos, porque consideran que ésa es la reacción normal. Y lo más importante: existen alternativas más saludables. La publicación editada por la UNESCO y el IICRD recoge los principios generales para una disciplina constructiva de la infancia. Entre ellos, el respeto a la dignidad de los niños, el desarrollo de un comportamiento social y la autodisciplina, así como promocionar la participación activa de los niños en su educación, respetar sus necesidades y calidad de vida y promover la solidaridad, entre otros. En definitiva, más disciplina y menos bofetadas.
