Veinte años después de su muerte, el fantasma de Pablo Escobar, muerto a tiros por la policía el 2 de diciembre de 1993 en Medellín, todavía acecha a los colombianos, divididos entre el repudio a los crímenes del famoso narcotraficante y el agradecimiento por su beneficencia.
Uno de los capos de la droga más sangrientos, pero también considerado en algún momento un Robin Hood, todavía genera miedo y rechazo entre las víctimas de la ola de violencia en la que sumió a Colombia en la década de 1980.
“Las víctimas de Escobar son muchas y ese dolor está ahí vivo y mucho de ese dolor sin reparar”, contó a la agencia de noticias AFP Luis Alirio Calle, un periodista que estuvo presente cuando Escobar se entregó en 1991.
Escobar “es el muerto más vivo de Colombia, porque sigue vivo en los combos (pandillas) y narcotraficantes”, aseguró, por su parte, César Cuartas, residente de la Comuna 1, barrio periférico de Medellín.
Escobar se convirtió en zar de las drogas cuando fundó el cartel de Medellín, que agrupó a pequeñas bandas dispersas con el objetivo de que Colombia revocara el tratado de extradición con Estados Unidos de 1979.
Devoto del Niño de Atocha, supersticioso y contradictorio, se hizo inmensamente rico con el tráfico de cocaína, pero predicaba en los barrios pobres en contra de la drogadicción, incluso denostaba a sus subalternos que consumían.
Tras lograr el poder económico con la droga, quiso acceder al mundo de la política y, en 1982, fue elegido parlamentario suplente, una situación insostenible que terminó con la denuncia de sus actividades ilícitas por parte del ministro de Justicia, Rodrigo Lara, más tarde asesinado por sus sicarios.
A la vez que desataba violencia, el narcotraficante financiaba obras en los barrios más deprimidos de Medellín. A la entrada de uno de ellos, una pancarta recibe a los visitantes: “Bienvenidos al barrio Pablo Escobar. ¡Aquí se respira paz!”, dice.
“Se dedicó a ayudarle a la gente pobre de Medellín, donde el Estado nunca llegaba”, dijo Wberney Zabala, presidente de la Junta de Acción Vecinal, en cuya casa le reza a un altar presidido por un dibujo a carbón que representa a Escobar.
Por su parte, Luz Mary Arias, de 57 años, guarda una estatuilla de yeso del narcotraficante vestido como Robin Hood. Antes de recibir la casa que le dio Escobar vivía del reciclaje, sobre un basurero. “Lo admiro como un Robin Hood”, dijo Luz Mary, quien aprendió a leer gracias a las ayudas de Escobar.
Sin embargo, dos de sus hermanos murieron por la violencia asociada al narco, uno en un enfrentamiento y el otro porque llegó inoportunamente a uno de los escondites que usó Escobar cuando pasó a la clandestinidad. “Perdí dos hermanos en manos de la gente de Pablo, pero no lo ataco ni lo critico, porque él cambió la vida de nosotros”, señaló.
El monje benedictino Elkin Vélez, cuya congregación recibió en comodato La Catedral, edificio que Escobar construyó y utilizó como excéntrica cárcel de lujo cuando se entregó a la justicia en 1991, critica fuertemente a los devotos del narcotraficante. “Él siguió trabajando y delinquiendo desde aquí”, afirmó. No se sabe con exactitud cuánta gente puede haber enterrada en el lugar, utilizado por Escobar hasta que huyó cuando el Estado quiso trasladarlo a una prisión militar en diciembre de 1992.
“Aquí hay ley de la impunidad, aquí no buscan a nadie, eso se ha tirado al olvido”, deploró Nicolás Vélez, de la mesa de Derechos Humanos de Medellín.
A cuatro horas de esa ciudad está la Hacienda Nápoles, finca de recreo de Escobar que llegó a tener 3 mil hectáreas, donde guardaba una colección de autos de lujo y hasta un zoológico de animales exóticos.
Expropiada tras su muerte, fue saqueada y entregada en concesión a privados, que gestionan un parque temático con un museo para honrar a las víctimas.
Escobar murió a tiros cuando huía por el tejado de una casa en Medellín. Habló más de la cuenta con su hijo y la policía, gracias a los satélites de la Agencia Antidrodrogas de Estados Unidos (DEA), ubicó su escondite.
Veinte años después, el comandante del bloque de búsqueda y quien le dio el primer tiro, el coronel retirado Hugo Aguilar, está preso tras ser condenado en un juicio por vínculos con paramilitares de ultraderecha.
Dos décadas después de Escobar, el tráfico de la cocaína retrocede poco a poco en Colombia y la principal amenaza son las drogas sintéticas como el éxtasis y las metanfetaminas, según el director de la policía antidrogas, Ricardo Restrepo.
Aunque Colombia sigue liderando la producción mundial de cocaína, sus grandes carteles ya no existen y el mercado es controlado por mexicanos y centroamericanos.
“Cuando mataron a Escobar no mataron al Patrón del Mal, mataron a un trabajador del Patrón del Mal, que, sin embargo, sigue vivo”, afirmó Calle.
“Mi padre sirve en Colombia como un gigantesco chivo expiatorio, al que se le han atribuido delitos que fueron cometidos por otros”, dijo al diario austríaco Die Presse Juan Sebastián Marroquín, hijo del finado narcotraficante Pablo Escobar, de cuya muerte se cumplen 20 años hoy.
Aunque Marroquín no afirma que Escobar fuera inocente ni niega su responsabilidad en muchos crímenes, insiste en que se le han echado más culpas de las que le corresponden.
“Eso es muy fácil. Si él asume la culpa de todo, ya no hace falta seguir hablando ni investigando”, indicó.
Sobre los muchos asesinatos que se atribuyen a su padre, el hoy empresario textil aclara que Escobar fue un personaje contradictorio, generoso pero muy violento, del que “no se ha escrito la verdadera historia”. “Hay muchísimas teorías, pero ninguna certeza”, añadió.
En otro tono, la hermana de Escobar, Luz María, pidió perdón a las víctimas. “A veces siento que yo hubiera podido hacer algo”, dijo.
“No me había dado públicamente, porque, había barreras de miedo”, señaló.
Para hoy, Luz María encabezará un acto en honor a las víctimas en el cementerio Montesacro, donde yacen los restos del capo.
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