¿Por qué la falta de entusiasmo del Gobierno cubano con Chávez tras el reafirmazo revocatorio? Según los no tan secretos análisis de los servicios de inteligencia de Castro, incluida la opinión del propio embajador en Caracas, si no mienten los más recientes desertores uno de ellos, el periodista Uberto Mario Hernández se refiere a la fauna chavista como una colección de drogadictos y cretinos, el presidente venezolano es un loquito locuaz y pintoresco rodeado de personas excepcionalmente incompetentes. Gente con la que se puede montar un garito, una casa de lenocinio o un campeonato de dominó, pero no una revolución drástica y rigurosa, como Lenin manda, con sus paredones, sus calabozos y sus obligados silencios. Ellos hubieran preferido al vicepresidente José Vicente Rangel, un estalinista inescrupuloso, superviviente de la Guerra Fría, pero la historia les deparó al Loco Hugo, como los cubanos le llaman a Chávez en privado.
Castro lo sabía y se lo advirtió al Loco Hugo: no se puede instaurar una dictadura mientras exista prensa libre. No dijo, claro, instaurar una dictadura. Castro es un hombre pudoroso con las palabras. Dijo hacer una revolución, pero los códigos de comunicación eran evidentes. Las revoluciones son un espectáculo muy feo. Hay que hacerlas con la luz apagada y mucho látigo. Era una vergüenza que en más de tres años de gobierno solo se hubieran producido unas cuantas docenas de asesinatos extrajudiciales y el 95% de los medios de comunicación continuaran en manos de la burguesía entregada a Estados Unidos. Así no se puede. En Cuba, hace casi medio siglo, antes de integrarse al glorioso campo socialista, en pocos meses pusieron el paredón en marcha, confiscaron todos los medios de comunicación y encarcelaron o exiliaron a una buena cantidad de periodistas. A partir de ese momento todo fue coser y cantar.
El Loco Hugo se defiende como puede de estas acusaciones de incompetencia revolucionaria o blandenguería, como le gusta decir al coronel cubano Lázaro Barredo, un policía que funge de periodista. Por supuesto que a él le encantaría fusilar al amanecer a 400 venezolanos enemigos de la patria. ¿Cómo se pueden poner en duda sus instintos leninistas? ¿Acaso no dejó sobre el pavimento medio millar de cadáveres durante su asalto al palacio de Miraflores en 1992? El problema es que no puede. No tiene fuerza. Sus enemigos no le temen. No cuenta con la confianza del ejército. Su partido político, el Movimiento Quinta República, es un saco lleno de gatos hambrientos. Sus legisladores carecen de formación. Las tres cuartas partes de la estructura de poder se dedican a saquear los fondos públicos. A él le hubiera encantado cancelar el reafirmazo, pero ¿cómo hacerlo con el estado general de debilidad de su gobierno? Nadie lo iba a acompañar en esa aventura: ni Gaviria ni Carter ni siquiera Lula, que ha dejado en claro que solo aceptará el cumplimiento de las leyes.
Castro, en fin, que es un hombre realista, y que está acostumbrado a los fracasos internacionales, se prepara para la peor de las noticias: la salida del poder del Loco Hugo dentro de cuatro meses. Para esos fines sus órdenes son clarísimas: tratar de ordeñar la vaca bolivariana hasta la última gota de petróleo. En lugar de 53 mil barriles diarios, parece que ya está recibiendo 70 mil, que es algo más de la tercera parte de lo que consume la isla. Luego intentará aumentar la cifra a 100 mil. Rebañará todo lo que pueda, incluidos los ceniceros. Simultáneamente, sus agentes comienzan a rehacer viejos contactos con la izquierda marxista que, paradójicamente, está en la oposición a Chávez. Su mensaje, sotto voce, es muy claro: Chávez ha sido un decepcionante fracaso, pero eso no invalida nuestro proyecto revolucionario. La intención es muy clara: tratará de mantener el subsidio petrolero venezolano tras la desaparición de su incompetente aliado. No lo va a lograr. (Firmas Press)