¿A quién le tenemos miedo?

En estos días apareció una esquela en este diario que daba cuenta del fallecimiento de Rolando Barral. Cubano de nacimiento, Rolando fue miembro de una casta de pioneros en la televisión panameña, junto a Blanquita Amaro (una de las más famosas presentadoras que tuvo nuestra televisión) y Armando Rodríguez Blanco a quien le debemos el haber disfrutado con el famoso Pangacho o del Show de los amiguitos de Roblán.

Desafortunadamente la ley panameña hizo que Rolando, a pesar de estar casado y de tener hijos panameños, tuviera que retirarse de su segunda patria, aquella que lo acogió al verse forzado a salir de la que lo vio nacer, pues los extranjeros no podían dirigir programas de televisión. En Miami, no sólo comprobó que era un excelente actor, sino que se destacó por su don de gente, voluntad de ayuda y sincera amistad.

Al final, con la salida de estos grandes actores, fue nuestro país el que perdió. Perdió porque jamás pudieron ser reemplazados, y las miles de personas que fueron ayudadas por las recolectas en vivo que se hacían en el Show de la una, nunca regresaron. Fueron pocos los presentadores que pudieron sobresalir, pues no había de quien aprender.

Qué diferente hubiera sido si hubiésemos podido haber disfrutado de otros Alberto Arbezú, Carlos Reyán, Rolando Barral, y tantos otros que a pesar de todo siguieron enseñando y tratando de compartir lo que habían aprendido en un país que tenía años luz por delante de Panamá en materia de televisión.

Lo más triste es que hoy, decenas de años después, y a pesar de estar supuestamente integrados a una Organización Mundial de Comercio, aún tenemos leyes proteccionistas que prohíben que los extranjeros ejerzan el derecho, la medicina, la odontología y hasta ser corredor de seguros.

En un mundo globalizado no hay cabida para el paternalismo o proteccionismo sin fundamento.

A Panamá, en donde nos enorgullecemos de lucir en nuestro escudo de armas el lema “Pro mundi beneficio” le llegó el momento en que debemos ser tan exigentes con los extranjeros como serían tratados nuestros connacionales en esos países.

Exijamos que quienes quieran venir a ejercer la medicina o el derecho pasen las mismas pruebas que le serían exigidas a nuestros compatriotas en esas naciones hermanas, pero considero que llegó la hora de incorporarnos al resto del mundo como una nación competitiva y que no le temamos a nadie.

La nuestra no es más que la combinación de idiosincrasias, nacionalidades y culturas tan diversas como diversos son los colores de nuestras caras. No le cerremos la puerta en la cara a quienes, a veces por necesidad y a veces por conveniencia, se ven forzados a dejar sus respectivos países para, como le tocó a Rolando Barral, iniciar una nueva vida.

Ojalá nuestros legisladores comprendan aquella frase que siempre menciona un buen amigo mío que dice que “patria no es la que ve nacer, sino la que da de comer”. Llegó la hora de poner en práctica lo que por tantos años hemos predicado. Llegó la hora de convertirnos en un verdadero “Puente del mundo y corazón del universo”.

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