Las promesas, en general, son similares. Salud, educación, minería, agro, justicia, pobreza... El candidato presidencial Juan Manuel Santos y su contrincante Óscar Iván Zuluaga están uniformados en sus propuestas, quizás, porque salieron de la misma matriz, el uribismo.
Ambos fueron ministros en el gobierno de Álvaro Uribe, quien en la elección pasada (2010) apoyó a Santos y que ahora, tras pelearse con él, apoya a Zuluaga.
La diferencia de propuestas, en esta ocasión, gira en torno a la paz. El país, como los candidatos, está polarizado con el tema de los diálogos por la paz que se adelantan entre representantes del Gobierno y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
A este momento hay tres puntos (de los cinco en agenda) con posibilidades de acuerdo: el tema agrario (que se plantee una revisión de la política agraria, los despojos y la recuperación de tierras), el de narcotráfico (en el que las FARC se comprometen a renunciar a la participación en la producción y comercialización de la droga) y el de la participación política (que reglamentará la incursión de la insurgencia, una vez desmovilizada, en la vida política). Se ha avanzado en el cuarto punto, que gira en torno a las víctimas, y queda el último punto por debatir, que es la justicia y dejación de las armas.
Cuando terminen las negociaciones se deberá firmar un acuerdo tras el que, ahí sí, ambas partes empezarían a cumplir con su parte y las FARC dejarían las armas.
Finalmente, todo tendrá que pasar por un referendo en el que los colombianos aprobarán o no lo acordado.
Este es el escenario si Santos, que ha promovido los diálogos, gana la elección este 15 de junio. Si gana Zuluaga, el cese al fuego tendría que darse antes de negociar, como una condición para seguir conversando.
“El fin de la guerra o la guerra sin fin”. Así de simple se lo ha planteado Santos a los colombianos. Mientras, su contrincante lo ha resumido como: “la paz sin impunidad”. A ambos se les ha señalado de asumir las posiciones que han adoptado por propósitos electorales.
La negociación de Santos, plantea la abogada y directora de La Silla Vacía Juanita León en un análisis hecho para ese medio, “parte del supuesto de que existe un conflicto armado” que tiene dos raíces políticas: “un abandono del campo que ha creado un círculo vicioso de violencia que causa pobreza, que a su vez alimenta más violencia; y una exclusión política para los que se oponen al establecimiento”.
En tanto, Zuluaga piensa que lo que hay es la amenaza de un grupo terrorista contra el Estado.
De la idea de Santos sobre el conflicto, escribe, “se deriva que el actual proceso está planteado como una negociación entre partes relativamente iguales que reconocen que no se han podido derrotar militarmente, que tienen visiones e intereses políticos contrapuestos y cuyo fin no es derrotarse en la mesa sino llegar a un acuerdo que ponga fin al conflicto y que, en la medida de lo posible, sea un gana-gana”.
DIFERENCIA PROFUNDA
El abogado y columnista de El Espectador Ramiro Bejarano difiere de León. Para él, la diferencia fundamental entre los candidatos es que Santos ya definió puntos que han avanzado y Zuluaga “no tiene ningún programa de paz sino un plan improvisado”. Zuluaga, recordó, había dicho que el proceso de paz había que terminarlo, y cuando se le sumó la candidata Marta Lucía Ramírez, que perdió en la primera vuelta electoral, “matizó sus reparos diciendo que se podía dar un plazo”.
En eso coincide el analista político León Valencia, para quien Santos ha llevado el proceso hasta donde nadie lo había llevado. “Zuluaga dijo que rompería las negociaciones; luego, que las suspendería para que las FARC cumplieran con algunas exigencias; después, para atender la alianza con Ramírez, señaló que no las suspendería sino que revisaría los acuerdos y le impondría unas condiciones a las FARC para seguir en las negociaciones”.
Si gana Zuluaga, advierte Valencia, “hay un riesgo muy grande de que nuevas condiciones bloqueen el proceso o lo rompan”. Eso, porque las condiciones que han rodeado el proceso, como la agenda, la metodología y los acompañantes internacionales, ha significado un forcejeo en el que al final las FARC han limitado sus exigencias a lo mínimo”.
Patricia Muñoz, analista política y docente de asignaturas electorales de la Universidad Javeriana, comparte la opinión de Valencia.
Ella, que piensa que en el tema de la paz la diferencia es más el cómo que el qué, opina que las condiciones de cesación de ataques y entrega de armas que plantea Zuluaga “muy probablemente llevaría al fin de los diálogos y la búsqueda de otros caminos más largos, probablemente por la vía armada, para el logro de la paz”.
Muñoz sostiene que las posiciones de los candidatos reflejan la polarización de los colombianos: un sector confía en el diálogo y quiere darle una nueva oportunidad a la resolución del conflicto que aqueja al país desde hace 50 años, mientras el otro se opone a negociar con el grupo si sigue armado. El último grupo, explica, refleja el cansancio de los ciudadanos por lo largo de la guerra, el fracaso de acercamientos anteriores, “la regionalización del conflicto que termina afectando con mayor fuerza a zonas rurales y de manera indirecta a los grandes centros urbanos, y el endurecimiento de la posición de los colombianos frente a la posibilidad de otorgar a los desmovilizados reducción de penas o la posibilidad de participar en política”.
