‘Mi pesadilla es el futuro’, dice doble sobreviviente del 93 y 2001

Sebastián Fest

Nueva York. -Su familia y sus amigos le dicen que es un hombre de suerte, y Mitchell está de acuerdo. Sobrevivir al atentado de 1993 contra el World Trade Center y salir ileso nuevamente ocho años después, no es una historia que pueda contar cualquiera. Es la historia de Mitchell, un abogado de 50 años que cada vez que las torres gemelas estuvieron en la mira, estuvo también allí.

“Yo trabajaba en el piso 34. En el atentado del 93 teníamos previsto ir a comer a la hora en que explotó la bomba en el garaje. Para ir al restaurante siempre tomábamos un atajo por ese garaje, pero un compañero se demoró hablando por teléfono, y eso nos salvó”, explica Mitchell recordando lo vivido el 26 de febrero de 1993, cuando un camión bomba explotó en el segundo subsuelo del World Trade Center.

No quiere decir su apellido ni para qué empresa trabaja. “¿Para qué? No quiero estigmatizar a nadie”. Pero cuenta al detalle los dos golpes que en los últimos nueve años cambiaron su vida para siempre. “Sentado frente a mi computadora sentí que el edificio se movía, y de repente nos quedamos sin luz. Nadie sabía qué pasaba, e incluso una radio dijo que se trataba de un incendio en un edificio vecino. Empezamos a bajar por las escaleras de incendios totalmente a oscuras. Yo acompañaba a una señora mayor. Había pánico y humo, nadie veía nada. Salí y me fui a casa. No me sentía bien, tenía humo en los pulmones. Por cuatro semanas no pudimos regresar a la oficina, aunque nos permitieron recoger papeles de ella. Fue una época de mucha exigencia para mí, porque trabajo en parte con seguros”, agrega.

Mitchell supo esa misma tarde que se trataba de una bomba. “Me sorprendí, pero pensé que algo así sucede una en un millón de veces. No tenía miedo de regresar”, dice con una resignada sonrisa. Tan seguro estaba Mitchell de que no volvería a vivir algo así, que junto a sus compañeros de trabajo comenzó a quejarse del exceso de medidas de seguridad.

“Ya no podía pedir comida por teléfono, debía bajar al vestíbulo del edificio a buscarla. El garaje quedó casi vacío... Todos los edificios cambiaron sus sistemas de seguridad”. Entonces llegó el 11 de septiembre de 2001. Mitchell estaba otra vez en el piso 34 de la torre sur, en un escritorio vecino al de ocho años antes. Otra vez ante una computadora. Y otra vez, como en el 93, sintió un golpe. Eran las 8:45 y el Boeing 767 de American Airlines, pilotado por Mohammed Atta, acababa de estrellarse a la altura del piso 96 en la vecina torre norte.

“No había mucha gente en la oficina, me acerqué a las ventanas y empecé a ver papeles de oficina volando por el aire, cientos, miles de ellos. ‘¿Pero cómo es posible, si las ventanas no se pueden abrir?’, le pregunté a una compañera”. “¡Aléjate de las ventanas, es una bomba!’, me gritó. Y entonces hice un click: debía irme de la oficina lo más rápidamente posible”. Minutos después otros recibirían fatales instrucciones de regresar a sus puestos de trabajo porque todo estaba ya ‘en orden”.

A diferencia del 93, las escaleras tenían luz, y la salida fue más ordenada. Su edificio tenía ventanas rotas por la onda expansiva de la explosión en la torre vecina, pero Mitchell tardaría aún bastante en saber que lo sucedido era infinitamente más grave que ocho años antes. Apenas pisó la calle buscó el camino a su casa, y cuando el Boeing 767 de United Airlines perforó su edificio a la altura del piso 81, él ya no estaba allí. Otra vez el humo en los pulmones. Su único pensamiento era ver a su médico. Sin esposa ni hijos, Mitchell confía en él como en pocas personas. Lo encontró tras tomar un metro que sería uno de los últimos en circular, pero la atención fue muy rápida, ya que, como todos, había sido llamado a reforzar los grandes hospitales.

Los teléfonos celulares no funcionaban, “el día era irrealmente hermoso, con las calles vacías pero los cafés del Upper East Side repletos, mientras en el sur de la isla crecía una columna de humo negro”. Tan poca conciencia de lo que estaba sucediendo tenía Mitchell, que decidió ir a la peluquería, “pero estaba cerrada”. Entonces, al llegar a su casa, el contestador colapsado y el televisor le mostraron por fin la realidad: había estado otra vez al filo de la muerte.

“Entonces pensé que era una guerra, que nunca volveríamos a la normalidad. Todos esos días con velas, flores y rezos me devastaron emocionalmente”, dice en un susurro. “Hay gente que se va de la ciudad, pero yo no quiero hacerlo; eso es rendirse. Confío en que ganaremos esta guerra. Al fin y al cabo el capitalismo derrotó la enorme fuerza del comunismo”, dice sin demasiada convicción.

A Mitchell no le gustan muchas de las decisiones tomadas por el presidente George W. Bush, pero está resignado a vivir en tensión, convencido de que atentar contra Nueva York no es difícil. “Sé que algo puede volver a pasar y yo puedo estar ahí. No tengo pesadillas con lo que viví en los atentados, mis pesadillas son por lo que el futuro pueda traer”.

dpa

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