Si los curas se embarazaran, el aborto sería legal. El aborto es una realidad en el mundo. Las mujeres abortan, esté o no penalizado.
Penalización que significa que no somos enteramente ciudadanas, pues otros deciden sobre nuestro cuerpo, establecen políticas, dictan castigos y hasta excomulgan. Para las desobedientes está la muerte, las secuelas de los procedimientos clandestinos, la vejación, la humillación, la culpa y la cárcel.
Y aunque no existen cifras confiables, está ya documentado que son millones de abortos cada año, en el mundo, en América Latina y el Caribe y también aquí en el país de la doble moral, el ‘Macondo’ permanente y el Carnaval.
Y abortan muchas mujeres. La distinción que hay que hacer es sobre las condiciones del conjunto de las que abortan. Para unas, las afortunadas, es otro de los privilegios de su clase, buenas clínicas y personal eficiente. Para la mayoría es el infierno, el castigo de ser mujer, en edad reproductiva y pobre. Y para todas el silencio.
Es el silencio en esto, un punto importante. Pues lo central ha sido no evitar los abortos, las muertes y o los traumas, sino evitar el discurso que obligue a la sociedad a abordar todo ello de modo serio y crítico. En este país todo se puede hacer si hay los recursos y no se hace discurso público. Aquí lo central ha sido y es la doble moral.
Y ello es un vieja práctica, solo así puede explicarse que las y los mismos que no dicen ni una palabra ante los medios de comunicación que exhiben los más terribles y embrutecedores programas y obscenos melodramas durante horas, sean los que se oponen férreamente a que se imparta a la juventud y a la niñez una adecuada, científica y correcta educación sexual y estén dispuestos a castigar a las jóvenes y niñas con embarazos no deseados, sida e infecciones de transmisión sexual.
Por otra parte, nuestra sociedad parece cada vez más esquizoide: todo se hiper sensualiza: desde la publicidad hasta las canciones folklóricas... pero a las y los jóvenes se les niega toda información prudente en sus escuelas...Toda la publicidad, las canciones de moda, la banalidad y violencia que cotidianamente impacta en las jóvenes mentes no reciben su atención. Más aún, son los mismos que intentaron que Paulina de 12 años en México, Rosita de 9 años en Nicaragua y otras varias menores en países de la región, parieran los productos de violaciones.
El aborto no es un modo de contracepción, no es una política de control natal, es y ha sido uno de los históricos resultados de la subordinación y la desigualdad de las mujeres, vale decir de la ausencia de oportunidades y reales condiciones para la vida y la ciudadanía. Su prohibición, penalización y demás no lo desaparece, seguirá ocurriendo cada vez más en las condiciones en que se profundiza la pobreza y crecen las cifras de abuso contra las y los menores. Pero ellas, las niñas se quedan además embarazadas, quienes pretenden obligarlas a ser ‘madres’...digan lo que digan, odian a las mujeres y quieren castigarlas, hasta cuando son agredidas.
Por supuesto una doble moral jamás expone sus verdaderos fines y convicciones y de igual modo que Adolf Hitler -quien cada vez que invadía un país proclamaba su compromiso con la paz- le pone a esos fines inconfesables nombres bien legitimados, así la misoginia es amor, su autoritarismo confesional es ética y hasta nacionalismo y su fundamentalismo es defensa de la ‘maternidad’.
Este reciente debate sobre el asunto evidencia por sí mismo, sin embargo, que algo hemos avanzado, pues hay más voces críticas a la imposición de sus valores, creencias y verdades como leyes únicas del Estado. No logran someter a toda la sociedad. Y a pesar de que efectivamente logran amedrentar a muchas jerarquías políticas, el hecho mismo de la discusión enuncia que no todos habitamos la sinrazón.
¿En virtud de qué sus particulares convicciones deben ser política de Estado? Tenemos todos las y los habitantes de este país que aceptar que se nos imponga un modo de vida, que por cierto lo único que hace es perpetuar el aborto tal y cómo es hasta hoy: un privilegio, una fuente de muerte y un buen negocio?
Valido que así lo profesen quienes creen estas cosas, pero esto no puede ser la política de un Estado moderno, plural, democrático. Pues si un grupo confesional logra imponernos su visión:¿esto no es fundamentalismo? Si toda la ciudadanía ha de vivir de ese modo, esté o no de acuerdo: ¿en qué nos diferenciará esto de un Estado confesional? ¿Lo somos?
Ojalá prime la razón. Y aunque mantener las excepciones a la penalización, no significa la extinción del vergonzoso reinado de la doble moral, sí es un mínimo de cordura ciudadana en una sociedad necesitada no de dogmas y otros cuentos, sino de reales condiciones para una vida buena en este mundo.