Las amígdalas son masas de tejido linfático que se encuentran a ambos lados de la garganta. Al formar parte del sistema inmunitario, encargado de proteger al cuerpo de las enfermedades, su función es combatir las infecciones. Ocurre, sin embargo, que ellas mismas pueden padecerlas.
La amigdalitis se produce por contagio a través del aire (al estornudar o toser) o por contacto directo. Los niños son los más propensos a enfermar de amigdalitis porque suelen estar en grupos en los que el contagio por virus y bacterias se produce con mayor facilidad; no obstante, cualquier persona puede padecer la enfermedad.
La mayoría de las veces los causantes son virus, y en el resto de los casos es una bacteria, el estreptococo, la que produce la inflamación de las amígdalas y hace que aparezcan enrojecidas y con secreciones purulentas (pus). Además, el niño siente dolor al tragar los alimentos.
Mediante un análisis de cultivo, el médico determinará si la infección es vírica o si está causada por una bacteria. En el primer caso la inflamación debería desaparecer en unos cuantos días con reposo y dándole al niño abundantes líquidos. Sólo si la amigdalitis es producto de una infección bacteriana, el pediatra recetará el uso de antibióticos.
El antibiótico debe tomarse los días que el pediatra prescriba. Que el niño se sienta mejor no quiere decir que el estreptococo se haya eliminado por completo. Abandonar el tratamiento antes de lo indicado solo traería complicaciones, algunas serias como fiebre reumática, que puede lesionar las válvulas cardiacas.
Otros síntomas son presencia de ganglios inflamados en el cuello, mucosidad nasal y tos. Se debe acudir al médico inmediatamente cuando hay dificultad para tragar o respirar, el niño saliva de forma excesiva y sus labios se ponen morados.
