Plaza de San Pedro de Roma, 13 de mayo de 1981. Juan Pablo II se acerca a las multitudes separado por un discreto cordón de seguridad. Se oyen tres disparos. El Papa es alcanzado en el estómago, el brazo y la mano. Se desploma, su estado es muy grave.
El autor del atentado, Mehmet Ali Agca, fue detenido al cabo de escasos minutos. Después de casi 30 años en prisión salió de forma definitiva. A sus 52 años, fue declarado a las pocas horas de su liberación “no apto” para el servicio militar por un hospital militar de Ankara, que probablemente tomó en cuenta un informe médico anterior que constataba un “grave desorden antisocial” en su personalidad.
El ex recluso era ya conocido en Turquía en el momento del atentado contra el Papa, puesto que ya había asesinado -dos años antes- al editor jefe del diario liberal Milliyet Abdi Ipekci. Ayer acabó su condena de diez años de prisión por este crimen. En el año 2000, había sido extraditado a Turquía después de pasar 19 años en una prisión italiana por los disparos al Papa. Juan Pablo II lo visitó en la cárcel de Rebibbia en 1983 y pidió a las autoridades que le perdonaran.
El ex asesino a sueldo tiene previsto ahora ofrecer, a cambio de dinero, más versiones sobre lo que pasó en Roma. Lleva años haciéndolo y no le ha ido mal: sus declaraciones, la mayoría surrealistas, le han valido más de un titular. Pero, seguramente, él no sabe más de lo que los que le encargaron el trabajo quisieron que supiera. Y lo más probable es que su condición psicológica sea inestable, ya que se ha proclamado Jesucristo y ha afirmado haber escrito “La Biblia perfecta” (apenas un cuaderno con letra de párvulo lleno de insensateces).
Pide dos millones de dólares por entrevista, cinco por un libro. Una película sobre su vida sería asimismo bienvenida, por qué no. Su última declaración, quizás inspirada en Obama, ha sido la apología de un nuevo imperio americano que sea el centro y “el líder de la democracia internacional, la paz y la libertad”.
Ugur Mumcu, periodista de investigación turco muerto en un atentado, siguió las pistas del asesino de su compañero Ipekci y su viaje lo llevó primero a Mallorca, y luego a Bulgaria, Italia, Alemania y Estados Unidos, hasta terminar en el Vaticano. Agca había podido escapar en 1979 de la prisión de alta seguridad de Estambul Kartal antes de atentar contra el Papa gracias a la ayuda exterior, que le brindó un uniforme militar.
Después comenzó un periplo que lo llevó hasta la plaza de San Pedro en el que fue ayudado por personas de la ultraderecha que le brindaron protección, cobijo y un arma. El asesinato de Ipekci se enmarca en un proceso de ingeniería social que pretendió y consiguió la desestabilización política y social en Turquía, algo que culminó en el golpe de Estado militar en 1980.
