La mayor amenaza a la seguridad ambiental y ecológica y a la producción agropecuaria en el mundo es el calentamiento global. Cambios en el tiempo atmosférico y la elevación del nivel del mar, además de sequías prolongadas y tormentas que producen inundaciones, con impactos sociales entre la mayoría de pobres, agravan la desigualdad.
Un agricultor de 70 años de edad de Las Palmas de Veraguas lo describió así: “En esta zona la época de siembra siempre fue en el mes de abril, pero desde hace varios años (2005) no sabemos si sembrar en abril, mayo o junio”. Este es el tipo de riesgo e incertidumbre al que se ven sometidos los agricultores, en general, y los más pobres en particular.
El hombre del campo, menos favorecido, merece un modelo avanzado de producción agrodiversa para el autoconsumo, con semillas y animales genéticamente mejorados; una versión moderna del método que practicaban nuestros abuelos en Azuero, que incluía granos básicos, tubérculos, producción pecuaria familiar, agroindustrias artesanales, árboles frutales y forestales.
Las plagas y enfermedades en plantas y animales pueden tener mayor efecto en la productividad, debido al calentamiento global que aumenta la evapotranspiración y la respiración e incide directamente en las pérdidas y en la disponibilidad de las aguas. Este riesgo se transforma en uno mucho mayor, con la deforestación o destrucción de los bosques y de los árboles fuera de estos, porque disminuye la capacidad biológica para controlar las plagas y enfermedades, y amortiguar las olas de calor.
En el bosque hay predadores naturales de muchas plagas, también polinizadores y endofitos que mantienen y apoyan el aumento de la productividad. Estos ecosistemas son filtros que ayudan a mantener los niveles aceptables de agua durante la época seca. Por eso, es importante garantizar, al menos, la subsistencia de los bosques ribereños en franjas de 20 metros de ancho, desde las orillas de los ríos, y alternar bosques y plantaciones con pastos ya establecidos, como una práctica esencial para el manejo y la conservación de las cuencas hidrográficas y de la biodiversidad.
Otra amenaza grave es la peligrosa disminución de los mejores suelos agrícolas –que solo ocupan el 12% del territorio nacional– como resultado del desarrollo histórico de los asentamientos humanos, la infraestructura de carreteras, construcción de hidroeléctricas y expansión urbana, principalmente.
Estos suelos de aluviones y derivados de cenizas volcánicas recientes, entre otros, deben ser sometidos a una política de estricta preservación, solo para uso agrícola, porque es en ellos donde se puede producir alimentos, al más bajo costo (IRDH. 1984. Suelos agrícolas y Seguridad Alimentaria. 11 pp.).
