La historia de América fue un acontecimiento continuado, un proceso en el que se impuso el dominio europeo a sangre y fuego en el nuevo continente, con la llegada de Cristóbal Colón en 1492. Desde entonces, empieza el calvario de nuestros aborígenes, convirtiéndose toda América en un campo de concentración, en un verdadero Gólgota o tierra de sacrificios.
Fue un verdadero ataque sistemático, perpetrado por potencias bélicas europeas contra las poblaciones indígenas, su cultura, sus instituciones, la demografía, la vida y la salud de los que habitaban en estos territorios.
Los invasores no escatimaron esfuerzos ni perdieron el tiempo al justificar la conquista y colonización en nombre de la evangelización y la cristianización, ya que era necesario civilizar a los que ellos, los españoles denominaban seres salvajes y sin alma. Se acentuó la política del racismo biológico y la discriminación, situación que continúa hoy en día, solo que ahora se lleva a cabo en nombre del desarrollo.
El colapso o catástrofe demográfico debido a la invasión y ocupación de los territorios amerindios se sintió inmediatamente; enfrentamientos sangrientos, enfermedades infectocontagiosas como la viruela fueron traídas por los europeos a América, la limpieza étnica, el sacrifico de indígenas y el genocidio se hicieron sentir a todo lo largo y ancho del continente americano. Obras culturales, templos, monumentos a sus dioses, arte religioso, así como pueblos enteros fueron destruidos. La dignidad de los indígenas, una condición intrínseca de todo ser humano, quedó por los suelos sobre un manto negro; por los campos y montañas rodaron cabezas, testículos y virginidad, para institucionalizarse el pecado, las enfermedades, la maldad, el terror y la muerte.
El poderoso ya no lo era solo porque podía ejercer violencia, o porque lo inspiraba el temor que le aseguraba esa posición, sino que se instituían como seres distintos y superiores, ligados a la divinidad y a los dioses. El poder de origen divino era incuestionable.
La conquista permitió el establecimiento del régimen colonial en América, que implicó la asimilación cultural forzada de los indígenas, el sometimiento de una potencia extranjera como lo fue España, que llegó a conquistar la mayor parte de América. Para eso trajeron consigo miles de negros africanos, como esclavos, se implantó el trabajo servil para los indígenas, a quienes utilizaban como mulas de carga en el traslado del oro y la plata a lugares seguros para ellos; una especie de régimen esclavista propio de ciertas regiones africanas se instaló y al mismo tiempo se imponía el uso de las lenguas europeas, etc.
Hablamos con mucha frecuencia del holocausto ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, con la matanza de millones de judíos en los campos de concentración. Sin embargo, muy poco se habla del verdadero y mayor holocausto que se haya vivido en la historia de la humanidad, al paso de los conquistadores, con el exterminio brutal e injustificable de más de 60 millones de indígenas de diferentes etnias, autóctonos de estas tierras americanas.
Entre las obras con mayor documentación y rigor científico sobre este tema están los estudios de Kook/Borach, datos confirmados y ampliados a toda América Latina por Richard Konetske América Latina II, La Época Colonial. Ed. Siglo XXI. Que contabiliza la muerte de 60 millones de indígenas, entre los años 1492 hasta 1810.
Un recorrido retrospectivo en el tiempo y el espacio, analítico y documentados por distintos autores y estudiosos de esta materia pone de manifiesto el atropello al que fueron sometidas las culturas e instituciones indígenas en toda América.
A todo esto hay que sumarle las diversas políticas gubernamentales en materia indigenista que han seguido una línea equivocada, al pretender la incorporación de las diferentes etnias a la “civilización” dentro de concepciones etnocéntricas propias de las sociedades mayoritarias; cuando la supervivencia cultural de estos pueblos no depende de su incorporación a los grupos mayoritarios de la sociedad, sino más bien a que tengan la posibilidad de influir en su propio futuro, de manera que puedan adaptarse a los cambios sin la destrucción de su cultura, de sus bienes materiales y espirituales; porque el hombre no solo es carne y huesos, también es alma y espíritu.
Las consecuencias del régimen político y de los postulados de los invasores fueron tan grandes para los pueblos indígenas, que había que apartarlos a empujones, desposeerlos de sus bienes y vidas; exterminarlos en nombre de la modernización y civilización, porque la modernización dependía de la eliminación de los “salvajes”.
Una efigie tan grande como la Estatua de la Libertad, construida en Nueva York, Estados Unidos, debe erigirse en la entrada del canal, frente al mar del Sur o mar Pacífico, con carácter de monumento nacional, que simbolice la lucha por la libertad de los pueblos indígenas de Panamá y América, por la preservación de sus espacios vitales, sus vidas y sus bienes, contra la opresión y el etnocidio español en este continente denominado América.
