La cruzada bolivariana de Hugo Chávez amenaza con mantener dividida a América Latina, una década después de que asumió como Presidente de Venezuela y juró revolucionar al mayor productor de crudo de la región.
Pese a que no suele cumplir con sus prometidos proyectos y tiene menos ingresos por la caída en picada que han registrado los precios del petróleo en los últimos meses, Chávez seguirá con su estilo para hacer diplomacia.
Pero, su sueño de cumplir con el ideal de Simón Bolívar de tener una “América unida” ha chocado con diferencias históricas y necesidades económica de los países; y se ha visto opacado con la presencia, cada vez más fuerte, del gigante Brasil.
“Más que el tablero diplomático, lo que (Chávez) pateó fue el tablero de la región y la forma de relacionarse”, comentó Sergio Abreu, un ex canciller de Uruguay. “Los presidentes comenzaron a hablar de política y se olvidaron de hablar de proyectos de integración”, añadió. Cuando se posesionó como Presidente de Venezuela, cargo en el que ayer cumplió una década, Latinoamérica cerraba 10 años de alineación con Washington: el entonces mandatario argentino Carlos Menem y sus “relaciones carnales con Estados Unidos” marcaban pauta en la región, que veía con desconfianza al hombre que hablaba del “socialismo del siglo 21”.
Tras ese lapso y miles de horas de discursos, Chávez ha visto crecer sus aliados. A su plan bolivariano se han subido el boliviano Evo Morales, el ecuatoriano Rafael Correa, la argentina Cristina Fernández y el nicaragüense Daniel Ortega. Pero también ha visto multiplicar la brecha que lo separa de países aliados de Washington. Han sido agrias las relaciones con su vecino, el colombiano Álvaro Uribe; con el peruano Alan García; y mantiene distancia con el mexicano Felipe Calderón.
“Su programa es luchar contra Estados Unidos, presentarse como una alternativa para Latinoamérica”, dijo Peter Deshazo, director del Centro de Estudios Estratégicos en Washington. Sus planes de poner fin a la institución comercial más antigua de la región, la Comunidad Andina, o de marcar distancias con la OEA, fracasaron. La falta de apoyo también paralizó sus proyectos emblemáticos: la alianza comercial Alternativa Bolivariana para Las Américas (Alba), la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y el Banco del Sur. Esto se explica, según Deshazo, en que los países “viven en la realidad, en el mundo (...) las decisiones económicas se basan en la realidad y no todos gozan, como Venezuela, del petróleo que es lo que le permite optar por un cambio”.
La fuerte presencia de Washington no es el único adversario de Chávez para tener su “América unida”. El peso de Brasil es cada vez mayor y su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, se perfila como una opción de líder. Mientras Chávez aseguraba en 2006 que la ONU olía a azufre por la presencia del ex presidente estadounidense George W. Bush, Lula hacía entender a Washington el peso de Brasil en el continente y se presentaba como un interlocutor válido. “El modelo venezolano de expansión es político, específico. Brasil busca un liderazgo por tamaño, comercio, tecnología”, consideró Simón Pachano, catedrático de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Chávez ha reconocido el liderazgo de Lula y se mantuvo en silencio cuando Bolivia renegociaba el contrato con la estatal brasileña Petrobras luego de lanzar la nacionalización de sus hidrocarburos en mayo de 2006, mientras aplaudía las medidas de La Paz en contra de petroleras estadounidenses. El mismo silencio guardó cuando el paraguayo Fernando Lugo, otro abanderado del socialismo del siglo 21, comenzó a reclamar a Brasil por la binacional central hidroeléctrica de Itaipú. Brasilia gana la partida ya que “discrepa comercialmente con Estados Unidos, no ideológicamente. Es nacionalista, no se mete con otros estados”, al contrario de Chávez, que no tiene empacho en acusar a la oposición de Correa, a los gobernadores opuestos a Morales o al propio Uribe, consideró Abreu.