Anoche tuve un sueño...

Nivia Rossana Castrellón Martin Luther King inició su más famoso discurso con la frase “Anoche tuve un sueño”...Pues exactamente así me ocurrió a mí... Anoche tuve un sueño que, por significativo y trascendente, de inmediato quise compartirlo. Soñé que en Panamá nuestros niños y jóvenes, gracias a una formación integral que se centra en la persona y en incentivar y perfeccionar sus cualidades y virtudes éticas, cívicas y morales, se acercaban de lo ideal a la realidad de esa maravillosa y reveladora descripción del ser humano que hace Orison Swett en su valiosa obra Se necesita un muchacho.

Hace muchos años, gracias a un amigo, quien, libro en mano, compartió conmigo la sabiduría de Orison Swett, hice propia esta notable enseñanza que quedó grabada en mí a fuego, marcando la motivación y sentido de propósito de mi vida.

Orison Swett, sabiamente dijo:

El mundo anda siempre en busca de hombres que no se vendan, de hombres honrados, sanos desde el centro a la periferia. Integros hasta el fondo del corazón...Hombres de conciencia fija e inmutable como la aguja que marca el Norte...

Hombres que defiendan la razón aunque los cielos caigan y la tierra tiemble, que digan la verdad sin temor al mundo ni al demonio.

Hombres que no se jacten ni huyan, que no flaqueen ni vacilen, que tengan valor sin necesidad de acicate.

Hombres que sepan lo que han de decir y lo digan, que sepan cuál es su puesto y lo ocupen.

Hombres que conozcan su negocio y lo atiendan, que no mientan ni se escurran ni rezonguen.

Hombres que no sean demasiado holgazanes para trabajar, ni demasiado orgullosos para ser pobres. Hombres que quieran comer lo que han ganado y no deber lo que llevan puesto...

Pueden imaginarse lo que influyó e inspiró en mí haberme nutrido de estas sabias palabras siendo apenas una jovencita. Puedo añadir también que el mundo anda en busca de buenos ejemplos, de personas que hagan lo que piden sean las acciones de los demás; que ejerzan un liderazgo desinteresado, buscando el bien común; que sean humildes en la relevancia de lo que puedan ser sus logros, pero infatigables y constantes en intentar coadyuvar a transformar la realidad cotidiana.

El mundo anda en busca de adultos que actúen como adultos, de niños y jóvenes que sepan su papel y lo ocupen también: que se conviertan en esas personas íntegramente buenas que reclama Panamá. Adultos que sepan sus responsabilidades y las asuman, que entiendan que la búsqueda de mejores realidades sociales es una obligación y una tarea de todos; que no estamos para ser parte del problema, sino fórmula de solución; que dejemos de convertirnos en jueces de ocasión y seamos más bien soluciones vivas en los desafíos nacionales.

Yo quiero ver a los adultos accionar como adultos, y a los niños y jóvenes también pudiendo hacer lo que la sociedad espera de ellos. De estos últimos anhelo que puedan actuar conforme a su edad, que no tengan que sustituir en sus obligaciones a los mayores y que, mucho menos, se vean enfrentados a situaciones y a peligros que inclusive los adultos temen. Sé que no quiero niños ni jovencitos en las esquinas, marchitándose como las flores que intentan vender, enfrentados a un sol inclemente. No quiero ver niños abandonados ni padres insensibles e indiferentes ante la suerte de la carne de su carne, como he podido palpar tan de cerca. Sí anhelo que colectivamente se nos despierte la razón y el corazón, y entendamos que lo más importante somos las personas y que es por ello que educar, formar y ser agentes catalizadores de la transformación humana es fundamental. Sueño con líderes de verdad, que entiendan que el liderazgo es una responsabilidad que se ejerce hasta el cansancio y que no depende de la circunstancia, sino que se trata de un constante desafío y deber. Anhelo ver un Panamá en donde no sea relevante quién tome acción y haga lo necesario, sino que todos entendamos que lo fundamental es que se haga. Finalmente, anhelo que mis niños y jóvenes estén en las escuelas nutriéndose de sus maestros, con padres y madres que, aunque pobres y con grandes limitaciones –como fue el caso de mis abuelos maternos–, entiendan que los que importan somos las personas y hagan lo posible –y lo imposible– para dar a hijos y a familiares, el mejor patrimonio: una formación integral rica en la práctica de valores y principios, como la responsabilidad, la iniciativa, la solidaridad, la tolerancia, el amor al prójimo, el respeto a la dignidad humana, y la clara visión de que cada uno es responsable de su propio destino el cual puede mejorar, así como ayudar a transformar el mundo en que vivimos.

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