Uno de los elementos más frecuentes en un género como el thriller, ya sea el de acción, aventuras, espías o el criminal, es la ausencia de identidad de su personaje central.
Ese no saber quién soy o ese deseo de ser otra persona distinta a la que ahora soy, es un referente frecuente del séptimo arte y lo ha utilizado como herramienta de creación directores clásicos como los ingleses Alfred Hitchcock y Fred Zinnemann, el italiano Michelangelo Antonioni y el francés Jean-Pierre Melville, así como más recientemente el español Jaume Collet-Serra y el estadounidense Doug Liman.
Anton Corbijn, director de fotografía que con Ocaso de un asesino pasa a director por segunda vez, usa esa premisa de la identidad en la figura de un matón a sueldo encarnado con solvencia por George Clooney, que como pasa normalmente en la pantalla grande, es un señor que quiere dejar de ejercer su letal oficio, pero el mundo que le rodea conspira para que no se retire de su labor.
George Clooney funciona como Jack/Edward (de acuerdo con quién hable el personaje), quien es el típico antihéroe. Sabemos que no debemos estimarlo por cómo se gana la vida, pero sus ganas de redimirse de sus pecados y su sana relación con una especial prostituta y un comprensivo sacerdote invitan al espectador a darle su perdón.
La película del holandés Anton Corbijn pierde bríos cuando el guionista Rowan Joffe trivializa y simplifica al asesino, a la prostituta y al sacerdote, que aparecen en la novela A Very Private Gentleman del inglés Martín Booth, que inspira a El ocaso de un asesino.
Hay un segundo aspecto donde pierde puntos: cuando cae en innecesarios lugares comunes, lo que provo-ca cansancio y a veces hasta risas que no deberían darse. Esta sensación ocurre, por ejemplo, al remarcar el tipo de café que toma Jack/Edward y en algunas canciones de la banda sonora del filme, que enfatizan que el asesino no sea europeo, aunque radique en el Viejo Continente, como si eso no fuera obvio.
Algunos espectadores sentirán que El ocaso de un asesino tiene un ritmo lento en comparación con los bólidos de factura más Hollywood y eso sí no es un defecto. Anton Corbijn optó por un ritmo pausado tipo cine político europeo y lo hace como una metáfora de ese universo de velocidad y riesgo del que quiere escapar Jack/Edward.
¿Moraleja? Que Corbijn contrate a un mejor guionista la siguiente vez y que mantenga sus ojos en actores que resuelven como Clooney.

