Autoerotismo

La sexualidad es, por su propia naturaleza, parte esencial de la vida de los seres humanos. Mucho antes de que el sexo se convierta en un asunto de dos, las personas ya conocemos lo que significa el placer, que se busca en solitario como una forma de conocer nuestro cuerpo, integrar sensaciones desconocidas a nuestra personalidad y prepararnos para compartirlo cuando las emociones nos acerquen a otro por quien sentimos atracción. La masturbación es una práctica muy individual que algunos especialistas consideran un laboratorio en el que el niño experimenta por primera vez y que el adulto nunca termina de abandonar.

Porque el mundo es algo completamente nuevo y ellos forman parte de un entorno que empiezan a explorar, los niños de apenas un año se inician muy pronto en el descubrimiento de su cuerpo. Les llama la atención sus genitales, que sin más acarician con el propósito de conocer su forma.

Si bien estos roces son considerados como la primera muestra de masturbación, también es cierto que los niños pequeños actúan movidos por una sana curiosidad más que por un estricto sentido de sensualidad. Será un poco más tarde, entre los cinco y los 12 años cuando el niño buscará deliberadamente el placer que la manipulación autoerótica le produce.

“El niño va poco a poco descubriendo su cuerpo. Algunas cosas le producen placer y lo que produce placer se va a seguir manipulando”, explica Alejandro Cantón, psicólogo clínico y especialista en sexología.

De acuerdo con Cantón, si tendemos a pensar que la masturbación es una práctica que se inicia en la adolescencia, es porque en esta etapa, chicos y chicas descubren por sí mismos el orgasmo, que en el caso del varón se hace mucho más notorio porque ocurre la eyaculación.

Los adolescentes utilizan el autoerotismo como una forma de integrar la sexualidad a su propia personalidad y en su práctica no debe haber más que las naturales implicaciones físicas (la excitación sexual) y psicológicas (el placer). Todo sentimiento adverso debe ser descartado, aunque algunas culturas arrastren todavía ideas violentas acerca de la masturbación, y estas se inculquen en las cabezas de los jóvenes, con la inevitable consecuencia de producir en ellos sentimientos de culpa y frustración.

“La masturbación no tiene por qué producir culpabilidad”, recuerda Cantón. Muy por el contrario, agrega el especialista, lo que conlleva es una sensación de bienestar y desahogo porque libera a la persona de la tensión y el estrés.

“El orgasmo es el relajante natural por excelencia”, dice el psicólogo. “De manera que, desde el ángulo fisiológico, la masturbación no debe producir nada emocionalmente negativo”.

Pero las consideraciones morales y la interpretación que las culturas y las religiones han dado al autoerotismo han sido siempre otras. Y así, en pleno siglo XXI y con años de investigación ganados a nuestro favor, aún nos estamos reponiendo de los estigmas que pesan sobre un práctica natural y solitaria que realizan hombres y mujeres por igual.

Un placer solitarioTema tabú entre los temas tabú, de la masturbación se ha dicho de todo: que solo los degenerados se masturban; que la masturbación es producto de un sentimiento antisocial ya que, por definición, es un placer que se busca en solitario; que no es otra cosa que una válvula de escape destinada a aliviar la tensión sexual, e incluso, de las mentes más primitivas e ignorantes surgió aquello de que el autoerotismo era causa de males como la ceguera, el acné, la epilepsia y hasta la locura.

La iglesia, por otra parte, complicó el asunto hace mucho tiempo. Si la masturbación recibe también el nombre de “onanismo” es gracias al pecado de Onán, personaje bíblico que derramó su semilla en la tierra al negarse a engendrar un hijo con su cuñada para darle descendencia a su difunto hermano. Dada la importancia de la procreación para el pueblo judío, Yavé castigó a Onán con la muerte.

“El pecado no era haberse producido placer, sino haber derramado la semilla”, explica Alejandro Cantón, psicólogo clínico y especialista en sexología. “En aquellos tiempos, para el pueblo judío era muy importante la reproducción, nada se debía perder. Curiosamente, en la Biblia no se dice una palabra sobre la masturbación femenina porque ahí no hay nada que derramar”.

(Estrictamente, el “onanismo” del que habla la Biblia no es tampoco una masturbación masculina —aunque así se le ha llamado-— sino un coitus interruptus. La Biblia no posee un texto que condene formalmente la masturbación).

De acuerdo con Cantón, de la concepción judeocristiana sobre la masturbación, ha venido toda una serie de prohibiciones, “con el respectivo lavado de cerebro”.

“Pero eso es un asunto religioso y no tiene nada que ver con el aspecto fisiológico y psicológico normal de la masturbación”, aclara el especialista.

Sin embargo, padres y maestros, haciendo uso de su poder moralizador, han censurado la masturbación frente a los jóvenes apoyados en argumentos tales como que el autoerotismo genera timidez porque no se enfrenta la realidad sino que se recurre a la imaginación y a la fantasía; que enmascara el placer futuro y que además produce ansiedad y sentimientos de culpa.

El psicólogo cuenta que la forma en que se percibe la masturbación en las familias depende del tipo de antecedentes cultural y religioso que tengan.

“He visto de todo. Hay familias en las que la masturbación no es importante y se trata con naturalidad y hay otras en que se hace un gran escándalo del asunto”.

El psicólogo cuenta un caso de un amigo de la infancia, cuya madre lo descubrió masturbándose. Aparte de echarle toda una perorata y decirle que se iba a condenar, le hizo tomarse un vaso de jugo de limón, probablemente porque la buena señora pensaba que aquel trago amargo alejaría las manos del muchacho de sus genitales.

“Cuando hay tantas fantasías negativas sobre algo tan normal, se va a buscar cualquier cosa para tratar de reprimirlo”, dice Cantón. Pero está claro que el intento de represión no tuvo el resultado que la preocupada madre esperaba. “Hoy mi amigo detesta la limonada..., pero seguramente no dejó de masturbarse”.

Lo normal, lo anormal La masturbación no tiene edad. No es cierto, por ejemplo, que los adolescentes practiquen más el autoerotismo que los adultos. Lo que sí es verdad es que en estos últimos la frecuencia estará determinada por su vida sexual en pareja.

“La masturbación acompaña a la persona a través de su vida”, dice Cantón. “Una persona que esté muy tensa se masturba para relajarse. Y algo que he escuchado con mucha frecuencia es de personas que recurren al autoerotismo porque tienen problemas para dormir. En vez de tomarse un somnífero, prefieren masturbarse. El orgasmo los relaja y relajado se duerme más fácilmente”.

A la masturbación también recurren personas que en un momento dado quieren producir un cambio en su estado de ánimo. Al fin y al cabo, los adultos pueden buscar el placer por las mismas razones que un adolescente y no siempre se puede esperar de un hombre o una mujer que sean personas completamente maduras y con un control total de sus emociones. Por el contrario, en su vida familiar y laboral los adultos también sufren angustias, miedos e inseguridades.

Ocurre, sin embargo, que en la vida de pareja la masturbación puede ser síntoma de un problema cuando uno de los dos recurre a ella con demasiada frecuencia.

“Si una persona tiene pareja pero prefiere masturbarse, eso indica que algo está pasando en la relación. No es que la masturbación en sí sea mala, pero cuando en un adulto el autoerotismo pasa a ser exclusivo en detrimento de la relación de pareja, algo no anda bien”.

De acuerdo con Cantón, en esos casos las razones de este comportamiento pueden ser muchas, aunque la falta de comunicación es la más frecuente. Y es que muchas personas desaprovechan la experiencia que han adquirido en solitario cuando no son capaces de hablar de sus necesidades y gustos con sus compañeros sentimentales.

“La masturbación se ve muchas veces como una especie de experimentación, un laboratorio individual que puede funcionar muy bien si la persona se atreve a decirle al otro como le gustaría que fueran las cosas”, explica el psicólogo. “Pero al no hablar, prefiere conformarse con un pequeño orgasmo y masturbarse después para sentir algo mucho mejor”.

Una mujer, por ejemplo, puede haber disfrutado del orgasmo en su adolescencia mediante la masturbación y encontrarse luego con que, en su relación de pareja, no alcanza el mismo estado de placer.

“Ahí no hay que echarle la culpa a la masturbación”, aclara Cantón. “Ahí el problema es que ella sabe como estimularse y lo que debe hacer es decirle al novio o al esposo como hacerlo. Lo que ocurre es que la mayor parte de las parejas no se comunican; cada uno es un experto con su propio cuerpo y pretende que el otro también lo sea; pero nadie es adivino”.

En su experiencia como psicólogo clínico, Cantón cuenta que el único problema que ha visto relacionado con el llamado onanismo se produce en varones que, acostumbrados a tener orgasmos bajo sus propias reglas, luego tardan en acoplarse al ritmo que exige una relación de pareja en la que, idealmente, ambos deben alcanzar el mismo estado de placer.

“Como la masturbación empieza con la eyaculación desde tan joven y entonces no hay que esperar a nadie, el umbral de resistencia del muchacho va bajando”, explica el psicólogo. “Cuando viene el sexo compartido, no logra cambiar el ritmo y se produce la eyaculación prematura”.

Un problema que, por otra parte, la mayoría de los hombres superan con el tiempo.

Solo bajo una circunstancia la masturbación es considerada anormal: cuando se practica de forma compulsiva sin que el individuo logre controlar la frecuencia.

“Compulsivo quiere decir que la persona no quiere hacerlo, sabe que no debe hacerlo, pero no puede dejar de hacerlo. Eso ya es un trastorno mental, que no es diferente al que padece el que fuma o se droga compulsivamente”, señala Cantón.

Por otra parte, los sexólogos utilizan técnicas masturbatorias para el tratamiento de la eyaculación prematura y los trastornos de erección. Estas técnicas, sin embargo, aunque conllevan manipulación de los genitales, tienen el objetivo terapéutico de aumentar el umbral de resistencia en el hombre para que pueda alcanzar en pareja el placer sexual, pero no necesariamente se convierten en mecanismos que por sí solos producen placer.

Creatividad Las estadísticas dicen que los hombre se masturban más que las mujeres. Sin embargo, en este caso las cifras no siempre son de fiar. Y no porque se trate de una equivocación de cálculos, sino porque el reporte que han hecho las mujeres sobre su vida sexual está muy ligado a una educación conservadora y a un sentido de recato como consecuencia de la cultura machista.

De acuerdo con Cantón, si se dice que los hombres practican más el autoerotismo, es porque sus órganos genitales son externos y están más expuestos a la estimulación. “Pero eso no es del todo cierto”, aclara el psicólogo. “La estimulación es completamente mental. Lo que ocurre es que, para las estadísticas, las mujeres han mentido mucho y durante mucho tiempo; han dicho lo que los varones quieren escuchar”.

Y a Cantón habría que creerle. En su consultorio del departamento de psiquiatría de la Caja de Seguro Social, dice haber redactado miles de historias sexuales, y en todas ellas las mujeres han reportado que se masturban. Quizás con menos frecuencia, pero lo hacen.

De hecho, la mujer tiene mucha mayor creatividad para practicar el autoerotismo que el hombre. Mientras que para este la mano es el instrumento en el que confía —rara vez el varón recurre a artefactos que imitan la forma de la vagina—, las mujeres tienen una infinidad de recursos: la presión de una almohada entre los muslos, el roce de estos al cruzar las piernas y la introducción en la vagina de los objetos más variados (algunas verduras sacadas del refrigerador valen perfectamente para tal propósito). Los extravagantes vibradores mecánicos, no son más que la versión moderna y cargada con baterías de viejos artefactos utilizados por mujeres hace miles de años, que también imitaban la forma del órgano genital masculino.

Por supuesto, la mujer recurre igualmente al estímulo manual de labios, clítoris y región perianal. Y puede llegar a desarrollar tal grado de pericia, que las caricias de su compañero se convierten en torpes y descuidados movimientos cuando este se aferra a una técnica única que a veces tiene como único objetivo introducir sus dedos hasta el fondo de la vagina.

El psicosomatólogo francés Gilbert Tordjman hace referencia en su libro Realidades y problemas de la vida sexual, a la imposibilidad masculina de producir placer en su compañera si esta no le ha revelado antes sus secretos.

“Ningún amante, incluso el más advertido, puede conocer las caricias exactas que provocan el orgasmo. Solo una libre comunicación con su compañero, exenta de gazmoñería y sin falso orgullo, se lo enseñará”.

Y es que para Tordjman, es en la relación de pareja cuando la masturbación descubre su verdadera dimensión y deja de ser “un espectro terrorífico y vergonzoso”. El autor le da al autoerotismo su propio valor.

“Etapa necesaria en la maduración sexual, escudo que protege contra una realidad carente de satisfacción, función erótica que descarga las tensiones del instinto sexual y de lo imaginario, la masturbación es un lenguaje en sí”.

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