Una buena amiga me recomendó la lectura del libro Basta de Historias, de Andrés Oppenheimer, el cual será presentado este martes por el autor en Panamá.
A manera de aclaración, debo decir que nunca he sido fanático de los “tres mosqueteros” del periodismo y la opinión escrita latinoamericana, Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas-Llosa y el ya citado Oppenheimer, porque siempre me ha parecido que sus opiniones están muy a la derecha para mi gusto. Aunque defiendo los beneficios del capitalismo, creo que la fórmula del éxito es comprender que el dinero debe ser una herramienta para dar bienestar a toda la población y no la población una herramienta para producir dinero. Ese error favorece desigualdades que, luego, colaboran al éxito de fórmulas políticas tan retorcidas como el socialismo cubano, el “bolivarianismo de Chávez” o el peronismo de Kirchner.
Sin embargo, este libro de Oppenheimer aborda un tema vital para lograr el desarrollo y conseguir que “entrar al primer mundo”, no sea un cliché y se convierta en una realidad alcanzable. Con su habitual escritura amena y con gran cantidad de datos que ilustran ejemplos y soportan conclusiones, don Andrés nos recalca la importancia de la educación como la principal inversión para lograr el desarrollo. Pero no la educación universitaria solamente. Sino el modelo y concepto de educar a toda la población desde edades muy tempranas. Donde no comparto del todo la visión del autor es en que me parece muy importante que todos conozcan y recuerden bien la historia. Si bien no debemos obsesionarnos con los próceres y libertadores, debemos analizarlos desde un punto de vista objetivo para entender el contexto en que hicieron tal o cual cosa.
En la obra se desmenuza, manteniendo una saludable posición crítica, lo que ocurre en países tan disímiles como Finlandia o Singapur los que, con sistemas de gobierno completamente diferentes y poblaciones culturalmente muy distintas, logran objetivos similares cuando sustentan el proyecto de nación en el elemento educativo, desde etapas pre-escolares hasta el nivel universitario. Para esto se hace necesario entender la educación como una prioridad de la sociedad en su conjunto, donde participa el Estado, los profesores, los alumnos y la familia. Un elemento común en las naciones que alcanzan el “primer mundo” es dejar de usar esto como un arma política, echando a un lado el clientelismo y las proyecciones electorales.
Me llaman la atención los datos sobre la gran cantidad de horas que pasan los estudiantes en el aula y en actividades educativas en esos países “educados”, cuando lo comparamos con Latinoamérica. Así mismo, los educadores deben recibir incentivos (no solo económicos), para desarrollarse profesionalmente. Igualmente, la relación entre profesores y alumnos debe permitir la identificación de aquellos alumnos a quienes les cuesta más trabajo determinada asignatura. No es aceptable atrasar a los más aventajados, porque el profesor tiene que dedicar tiempo a repasar con los demás.
Lo que ocurre es que nuestros países sufren de un pernicioso paternalismo, orientado a “evitar problemas” y “no perder votos”, al margen del progreso como nación. En nuestro Panamá del paternalismo torrijista, se inventaron “democratizar” la universidad haciéndola ver como “un derecho de todos”. Esto se ha distorsionado a tal punto que los últimos años ha sido necesario bajar el estándar de admisión para que ingresen los alumnos necesarios para pagar la planilla. Me atrevería a asegurar que esto choca con cualquier precepto educativo exitoso.
Un último punto que mencionaré, y que se aplica a la perfección a Panamá, es la necesidad de internacionalizar la educación. Mientras China, Corea y Singapur abren sus puertas a las mejores universidades para que se instalen en sus países, Latinoamérica se cierra cada vez más en su propio cascarón, poniendo todo tipo de trabas al intercambio educativo y a la importación de talento. Así, hace unos años discutimos una absurda ley que obligaba a usar textos “hechos en Panamá” y aún, para obtener una idoneidad profesional pretendían no ser panameños, sino haber estudiado aquí. Estas medidas profundizan la brecha social, pues son aquellos con capacidad económica los únicos que asisten a las mejores universidades. Igualmente, si queremos saber dónde estamos, es prioritario que comencemos a medirnos por parámetros estandarizados y exámenes internacionales. Seguir la teoría del avestruz en la que nos escondemos para no saber que estamos mal, es tan absurdo como contraproducente.
Creo que escuchar a Andrés Oppenheimer presentar su libro debe permitirnos reflexionar sobre qué país queremos. Confío encontrar a nuestras autoridades educativas sentadas todas en primera fila.
