El justamente célebre dramaturgo alemán, cuyo nombre exhibe como homenaje y referencia central este texto, describió la crisis del capitalismo con una parábola que pone en boca de Buda: una situación angustiosa donde una casa ardía de manera atroz y flagrante y alguien, desde fuera, compelía a los habitantes a abandonarla, mientras estos, con gran parsimonia, se resistían a hacerlo, indagando a su interlocutor con temas baladíes, preguntando, por ejemplo, cómo se presentaba el clima fuera del edificio, si hacía mucho calor o mucho frío.
Una situación semejante es la que se plantea hoy en Panamá en el debate en torno a si se están desplomando nuestras instituciones y el país mismo. Con una tozudez propia de las más coriáceas cerrazones, desde el poder se niega lo evidente, y aún se fomenta el derrumbe, creando más y más fisuras en una sociedad que parece ir al despeñadero vestida de disfraces.
Esperanzados en los réditos políticos que le den la inauguración de al menos un tramo de la línea del tan esperado Metro, y que estén listas y a punto las obras viales que hoy tienen a la metrópoli panameña prácticamente colapsada por ese afán constructivo interesado, el Ejecutivo nacional parece no oír ni querer oír razones. Y en ello le acompañan no solo los testaferros y lacayos de siempre, sino una corte de los milagros, donde no faltan los bufones sin los cuales ninguna corte estaría completa.
Lo peor es que esa corte y su mandante se creen inmunes al desastre que se avecina. Guarecidos en los guarismos de una economía boyante, la ignorancia ignora que la economía, más que cifras, es gente y unos procesos mentales sutiles dominados. Por eso alguien muy sabedor de estos temas llamó animal spirits, que, como a los propios animales, impulsan a huir al menor atisbo de desastre.
Y pasará lo que suele pasar cuando se acerque el final del juego. Cuando el cerdo erario no dé más manteca, y los años de las vacas gordas canaleras terminen (pues han de terminar, y no hay que ser un Kondrátiev para saberlo), aquí será aquello de los ayes y el rechinar de dientes...
Llegar millonarios y salir con alguna millonaria excedencia tendrá sus costes. Y meter manos y patas, tanto manos como patas, tantas veces, hace que algo podrido huela ya, y no precisamente en Dinamarca. Sic transit gloria mundi. Ayer no más el Berlusconi y su corte de scorts pasó, e igual otros muy semejantes pasarán, aun en estas tierras donde la justicia es tan lenta. Pero nada de eso ahora se experimenta en palacio. La casa no arde, los pies aún no se están quemando ni las cejas.
Por ello, como el Gautama de Brecht, pensamos: “Esta gente, /tiene que arder antes que acabe con sus preguntas./ Verdaderamente, amigos, /a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiarse de sitio/, nada tengo que decirle”.
