Poco después de anclar junto al muelle, el capitán del pesquero observa cómo un marinero recoge con cuidado los cefalópodos para transportarlos al Laboratorio de Biología Marina, a pocos metros de allí.
En el momento de la entrega, el profesor George Langford sabe que solo tiene unas horas para disecar los calamares con el fin de continuar investigando los misterios de cómo el cerebro recuerda, y qué hace que se olvide de algo cuando aparece una enfermedad como el mal de Alzheimer.
Durante 31 años, los estudios de Langford han girado en torno a las fibras nerviosas de los calamares, llamadas axones o neuroejes gigantes, que son varias veces más grandes que las humanas y ofrecen oportunidades únicas de experimentación y observación.
Las fibras nerviosas de los calamares son tan útiles para el estudio general de los nervios que algunos bromean que los cefalópodos merecen un premio Nobel por sus contribuciones a la ciencia.
El progreso de la labor de Langford ha sido persistente y se ha mantenido casi en secreto durante décadas, mientras el investigador busca la cura para varios tipos de enfermedades degenerativas del cerebro.
Es parte de lo que impulsa mi investigación, explicó el profesor de biología de Dartmouth. ``Es comprender realmente el proceso básico y utilizar esa información para intentar resolver enfermedades humanas.
Y agregó: Es algo que llevará largo tiempo.
El laboratorio de Langford en Woods Hole está en el tercer piso de un edificio sin identificar que mira hacia el puerto, cruzado continuamente por las embarcaciones de pesca e investigación.
Desde la entrada se ven refrigeradores llenos de productos químicos que se utilizan en algunos experimentos. En otra sala se encuentran los equipos que el estudiante John Delacruz, que trabaja con Langford, utiliza para extraer las fibras nerviosas de los calamares.
Si el calamar no es disecado en el término de 10 horas, se golpea implacablemente contra las paredes del tanque que lo sostiene, haciendo que las fibras nerviosas o neuronas sean inutilizables.
Los axones gigantes son esencialmente un manojo de neuronas que transmiten impulsos eléctricos a un músculo que, con sus contracciones, impulsa al calamar en sus movimientos por el agua.
Aunque la neurona humana es mucho más pequeña, compleja y conduce las señales de una manera más rápida, los sistemas nerviosos son básicamente iguales, y lo que se pueda descubrir de los calamares también se puede aplicar a los humanos.
Muestra que mientras todos nosotros evolucionamos, ciertas funciones básicas han permanecido constantes, desde los animales más pequeños a los más complejos, indicó Langford.
Los científicos saben que los calamares tienen cierto tipo de memoria, dado que pueden reconocer a sus enemigos naturales e incluso responden frente a cuerpos que semejan sus propias formas.
También saben que el cerebro del calamar, como el de los humanos, es cambiante, es decir, que carece de conexiones fijas como las que posee una computadora. Las conexiones del cerebro cambian continuamente, a medida que los mensajes son transportados por las moléculas y luego almacenados.
Ahora bien, para lograr esas conexiones cambiantes, el esqueleto que ayuda a la célula a mantener su estructura debe cambiar de forma también.
Las conexiones también dependen de paquetes de información impulsados dentro de cada esqueleto por diferentes tipos de motores moleculares.
Un mal desempeño en el esqueleto celular durante estas conexiones puede provocar problemas como la pérdida de la memoria. En consecuencia, si Langford puede identificar las proteínas en el esqueleto de la célula, puede decir qué proteínas faltan en el momento en que los motores envían la información de manera deficiente.
Pero el trabajo del científico no termina allí, aunque todas las proteínas puedan ser identificadas.
Si sabemos qué proteína es (la que falta), debemos demostrar también cómo funciona, expresó. Usted puede decir que falta esta proteína, y que eso causa un fallo de la memoria, (pero) todavía tiene que relacionar una cosa con la otra, explicó.
Thomas Pollard, un profesor de biología en la Universidad de Yale que ha colaborado con Langford, dijo que su contribución más importante ha sido el descubrimiento de los motores moleculares. Es como un sistema de transporte, explicó Pollard.