Hijo mío: Dice el calendario de fiestas que el 8 de diciembre es el día oficial para rendir homenaje a las madres. Porque en los anuncios de "regalos ideales para las madres" no aparecen los que yo quisiera recibir de ti, en esta carta te pido lo que deseo recibir, y, también, lo que no quisiera que me regalaras. Por favor, hijo de mi alma, este año no me regales camisones, batas o chinelas; tampoco tostadora, licuadora ni equipo electrónico que tiene botones que nunca voy a usar; y, ¡por favor, ni un juego más de ollas o vasos! No gastes un real en esas lindísimas tarjetas llenas de palabras amorosas y versos ajenos que firmas: Tu hijo que te quiere. Y prefiero no desvelarme con serenatas que me dicen "Despierta, dulce amor de mi vida...", la misma canción que sirve para "serenatear" a otros amores. Si ese día, en vez de pegarme a la estufa para recibir tu visita, te presentaras con una paella, o con una invitación para salir a almorzar, te lo agradecería mucho; un día libre de la cocina no me vendría nada mal. Ya que te dije lo que no quiero para el Día de la Madre, te voy a decir los regalos que me gustaría recibir de ti; me los puedes dar durante los restantes 364 días del año sin que te cuesten ni un centavo.
En vez de la tarjeta de felicitación, prefiero que me digas, en voz alta, "Te quiero, mamá"; oírtelo decir es música para mis oídos, y se me "amelcocha" el corazón aunque vengas con las manos vacías. Me haría muy feliz que a veces me tomaras de la mano, o me dieras un abrazo; que me dejaras tomarte de la mano como cuando eras niño y no te incomodaba que lo hiciera. No sabes cuánto disfrutaría (más que si me regalaras una cartera o 10 pedazos de lotería), que alguna noche me invitaras al cine y que después, como dos amigos, nos sentáramos a tomar un cafecito bien conversado; tal vez no te has dado cuenta, pero me mantengo al día, interesada en lo que ocurre en el mundo; uso teléfono celular, computadora e internet; juego Scrabble (excelente para mantener las neuronas afinadas), y todavía manejo sin representar una amenaza pública. ¿Tienes idea de lo reconfortada que me sentiría si alguna vez me acompañaras al médico? Sabes que me siento orgullosa de ser una madre independiente, que se vale por sí sola; que no deseo convertirme en una carga para ti; que entiendo que tu prioridad, ahora que eres esposo y padre, es atender tu hogar. Pero cuánto gusto me daría que a veces me visitaras sin estar mirando el reloj, con el pie en la puerta a los pocos minutos de haber llegado; por si no lo sabes, tus visitas me dan más alegría que ganarme los cinco pedacitos de lotería que compro con el número de tu fecha de cumpleaños. Quisiera que me regalaras un poco de paciencia y comprensión; que no te molestes cuando te pido que pases a visitar a tus abuelos; que manejes con cuidado; que no fumes, que el cigarrillo hace daño. Compréndeme. Has crecido tan de prisa que todavía pienso que necesitas mis consejos.
¡Cómo han cambiado las cosas! Veo que hay niños que cuelgan en la puerta del cuarto el letrero que dice: "Prohibido el paso", algo que yo no hubiera hecho ni en broma porque antes eran los padres los que podían prohibir; y ante un letrero así a mi madre le hubiera dado un ataque... de risa. Pareciera que para los jóvenes el tiempo corre más de prisa pero, ¡ah, tu tiempo!, ¿será que es más valioso que el mío? Te voy a decir algo. A medida que crezco en edad (y disminuyo en tamaño), los días se hacen más largos y las noches son aún más largas; y me toma más tiempo, y más esfuerzo, hacer todo lo que hacía cuando era más joven. ¡Y no olvidemos a tu abuela! En su mundo de recuerdos tú y yo siempre estamos presentes. Madre por partida doble –porque las abuelas también son madres de los nietos–, sus preocupaciones también te alcanzan ¡Me regaña porque, según ella, te permito fumar! "Tan muchachito y ya fuma. Deberías prohibírselo", me dice.
La llamada "brecha generacional" apareció cuando te llegó la adolescencia; frecuentemente seguí al ejemplo de Job para no empacar las maletas y renunciar al puesto de madre; después, ya ni Job me bastaba y empecé a recurrir a todos los santos. El uso del término "democracia", que torcías a conveniencia, me hizo temer que, encima de todo, te ibas a hacer político. Ahora que creciste y tienes tu propia familia, solamente me queda confiar en que haya logrado inculcarte algunos de los valores que mi madre me inculcó: la importancia de la familia, la amistad, el trabajo, el respeto y la educación. Porque los tiempos cambian, pero los valores no.
Casi olvido decirte que si en vez de lo que te he pedido, prefieres regalarme algo material, me gustaría un nuevo Scrabble (el mío ya tiene las fichas gastadas), o El libro de oro de Mafalda que te pedí hace seis años. Pero lo olvidaste y me regalaste, ¿recuerdas qué? Otro juego de bata y camisón.
