El cáncer de próstata es el segundo cáncer más común en los varones, después del cáncer de piel, y la segunda causa principal de muerte por cáncer en los hombres, después del cáncer de pulmón. La próstata es una de las glándulas sexuales masculinas. Es una glándula pequeña (cerca del tamaño de una nuez) que sirve para la producción de líquido seminal, fluido que contiene el semen o esperma. Está ubicada encima del recto y debajo de la vejiga. La próstata rodea la uretra el tubo que lleva la orina desde la vejiga al pene como una especie de flotador, en el punto donde la uretra se conecta a la vejiga. Por ello, cuando la próstata crece, hay dificultades al orinar o en las relaciones sexuales. La próstata sigue creciendo durante la mayor parte de la vida de un hombre, de forma que es muy frecuente presentar a partir de los 60 años una condición inocua llamada hipertrofia prostática benigna (HPB). Muchos de los signos y síntomas de la HPB son los mismos que los del cáncer de próstata. Como ocurre con muchos tipos de cáncer, la detección temprana y tratamiento oportuno aumentan las perspectivas de curación. En circunstancias ideales, la tasa de supervivencia a los cinco años del diagnóstico supera el 85%.
En cualquier enfermedad, lo más importante es su prevención. Numerosas substancias o técnicas naturales han sido popularizadas como remedios preventivos eficaces para evitar el desarrollo futuro de cáncer prostático. El problema es que ninguna de estas medidas ha pasado por el escrutinio científico riguroso y, tradicionalmente, forman parte del repertorio verbal de los mercaderes botánicos. Por respeto a la gente culta, no comentaré nada sobre el sinnúmero de productos herbáceos a los que se les atribuye curaciones milagrosas de todo tipo, fiel reflejo de remanentes del pensamiento mágico primitivo de indígenas y otros ancestros.
Algunas observaciones epidemiológicas serias o estudios experimentales incipientes sugieren potencial efecto preventivo de la hormona dihidroepiandrosterona, del tomate (alto contenido del carotenoide llamado lycopene), de la exposición a la luz solar (relación con vitamina D o paratohormona), del consumo rutinario de pescado rico en ácidos grasos omega-3 (salmón y similares), de la ingestión regular de selenio y de las dietas ricas en guisantes, frijoles, ajo y vitamina B6 (piridoxina). A pesar de cierta evidencia a favor, es importante resaltar que es necesario hacer estudios extensos de todas estas modalidades preventivas antes de sacar conclusiones confiables sobre los potenciales beneficios.
Recientemente, uno de los más renombrados oncólogos australianos, el profesor Graham Giles, publicó una pionera investigación (British Journal of Urology 2003; 92:211), realizada en más de 2 mil hombres, que indica que a mayor frecuencia de masturbación, durante la tercera década de la vida, menor riesgo de desarrollar cáncer de próstata. El estudio, aunque con ciertas limitaciones metodológicas, reveló que aquellos individuos que experimentaron cinco o más masturbaciones semanales tenían 30% menor probabilidad de padecer cáncer de próstata en su senectud que aquellos con menor frecuencia eyaculatoria. Aunque los mecanismos preventivos involucrados están todavía por dilucidarse, los autores especulan que la frecuente eyaculación evita que el líquido seminal se estanque en los conductos seminíferos y que este fluido en remanso pueda tener un efecto cancerígeno debido a las múltiples sustancias químicas que contiene. Esta explicación tiene su analogía en la mayor incidencia de cáncer de mama entre mujeres que nunca han ejercido la lactancia natural. La producción y liberación de leche materna, a través de los conductos mamarios, podría ser también un factor determinante en la reducción de este tipo de cáncer femenino.
La masturbación es una actividad normal y necesaria del ser humano. Ayuda a liberar tensiones mentales relacionadas al deseo sexual, propicia el desarrollo de la personalidad del adolescente, facilita el aprendizaje de la función y dinámica genital personal, y reduce la posibilidad de tener relaciones copulativas de riesgo que generen infecciones de transmisión sexual o embarazos no deseados. Aunque no se conocen efectos deletéreos de la masturbación, a nuestros adolescentes se les llena la cabeza de leyendas que sostienen que esta práctica induce la pérdida de visión, trastornos emocionales, temblores, y que representa un pecado oprobioso. ¿Por qué será que los placeres de la vida son siempre punibles por conceptos religiosos o morales espurios?
Aunque todo estudio necesita ser reproducido y confirmado antes de incorporarlo al saber científico, no sería mala idea que dejemos de espiar a nuestros hijos cuando se encierren por largo tiempo en sus baños y recámaras, y permitamos que tengan un encuentro privado con su sexualidad sin que nadie los perturbe. Si las conclusiones de este estudio australiano resultan válidas, serán los urólogos los únicos perjudicados.