Federico llevaba más de 20 años de ejercer la jefatura de un departamento de contabilidad. Su conocimiento contable fue adquirido a través de la experiencia acumulada de muchos años al servicio del Estado.
A pesar de haber manejado el departamento de una forma recta, honesta y técnicamente mejor que un "profesional", fue reemplazado, a raíz de la creación de la Ley de Carrera Administrativa en 1994, por una persona, que a pesar de tener post-grados y otras yerbas aromáticas, resultó un fiasco, tanto en el manejo técnico del departamento, como en el manejo eficiente del personal.
La historia citada, se repite a diario en muchas empresas estatales, no porque en la citada Ley de Carrera Administrativa no se consagrare la experiencia como un perfil importante de evaluación en la selección de recursos humanos para ocupar un puesto, sino más bien, a que las diferentes direcciones de recursos humanos de muchas instituciones, obvian, a conveniencia, este perfil empírico, para favorecer a los que poseen un diploma, aunque no validen los mismos.
Aquí en Panamá en donde todo lo queremos copiar de Estados Unidos, se desconoce que los mejores senior management de las empresas norteamericanas más exitosas, son precisamente personas que no poseen tantos títulos académicos. Sin embargo, en nuestra querida Patria, se prefiere a un obtuso mental con diploma, que a una persona brillante sin certificación.
No queremos desvirtuar la importancia de la formación académica, o superponer la experiencia a la misma. Lo que tratamos de decir es que un diploma no puede conferir a una persona la sapiencia y aptitudes naturales que Dios les da a otras. (lo que Natura no da, Salamanca no presta)
Dada la observación previa, nace la pregunta de ¿Por qué nuestras universidades están "graduando" tantos profesionales mediocres? Adicionalmente, nuestras universidades gradúan profesionales con una escasa o nula capacidad de análisis crítico de las cosas. Igualmente, egresan de nuestros claustros universitarios, cientos de profesionales con una nula formación moral y ética. Difiero de la opinión de muchos catedráticos con respecto a que la formación moral es responsabilidad exclusiva del hogar. Otrora, el mayor arquitecto en la formación de la juventud estudiosa, eran, precisamente, nuestros maestros, profesores e insignes catedráticos.
Es lastimoso ver a jóvenes, con una paupérrima capacidad de comunicación, tanto escrita como verbal, que si no fuera porque llevan consigo el cartoncillo que los acredita como licenciados, fácilmente se podrían confundir con iletrados.
La deficiencia en la formación de un significativo número de nuestros egresados universitarios, radica en la concepción y enfoque eminentemente mercantilista, con que nuestros egresados de escuelas secundarias escogen sus carreras universitarias. Así vemos, como un estudiante brillante en las ciencias de la comunicación, escoge estudiar medicina, a pesar de desmayarse cuando ve sangre. Igualmente, vemos como un estudiante con grandes aptitudes musicales, decide estudiar ingeniería civil, a pesar de que sus calificaciones en matemática y física no pasaron de 3.0.
Por otro lado, hay una concepción distorsionada y generalizada de ver los estudios con la única finalidad de conseguir, a futuro, un buen trabajo remunerado. Son escasas las personas que ingresan a efectuar estudios, con el deseo primordial y real de aprender, a conciencia, una profesión, y que a futuro, puedan respaldar sus diplomas con verdaderos conocimientos.
Es por ello que, mientras en nuestras instituciones públicas se siga con el prejuicio de anteponer un diploma al valor intrínseco de la experiencia, la capacidad, el compromiso, y la responsabilidad; seguiremos teniendo entidades deficientes en cuanto a su capacidad de articular y proyectar sus estrategias, programas y planes de trabajo.
El autor es funcionario administrativo