Carlos Martínez Silva, el diplomático y su ponderada labor diplomática

Obtenida por la Compañía Nueva del Canal de Panamá la ansiada prórroga de su contrato con la República de Colombia, ahora podía con más calma enfrentar dos opciones básicas: tratar de conseguir el dinero suficiente --que, por cierto, no era cualquier cosa- para continuar y terminar la gigantesca obra; o bien, vender los derechos del contrato y todas sus propiedades en el Istmo al Gobierno de Estados Unidos -por esos años, único comprador posible-; eso sí, previa autorización del Gobierno de Colombia; autorización que llegado el momento, ese Gobierno podría dar... Pero sabría Dios con qué condiciones.

Así las cosas, el 31 de julio de 1900 se produjo en Bogotá el golpe cívico-militar contra el anciano Presidente Sanclemente, quien fue reemplazado por el vicepresidente Marroquín, cachaco hasta los tuétanos, uno de los fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua y su primer director.

Entre los principales cabecillas del golpe figuró el conservador Carlos Martínez Silva, reconocido enemigo de la Regeneración, hombre inteligente y ecuánime y razonador singular. Había nacido en San Gil, departamento de Santander, el 6 de octubre de 1847. Fue periodista desde su juventud y colaboró en La Unión Católica, El Símbolo, La Caridad, El Mochuelo, La Luz, La Nación, El Deber, El Bien Público, El Heraldo y muchos otros periódicos de Bogotá. Fundó El Correo Nacional y El Repertorio Colombiano, fue director de El Tradicionista y además autor de varias obras didácticas.

Luego de asumir la primera magistratura, Marroquín lo nombró ministro de Relaciones Exteriores. Pero Martínez Silva muy pronto se arrepintió y comenzó a apartarse del grupo triunfador.

"Pero no se apartaba ruidosa ni silenciosamente siquiera del Gobierno -escribió Nieto Caballero- no obstante haber presentado en repetidas ocasiones su renuncia, para no debilitarlo frente al enemigo en armas, pero de manera especial para seguir insistiendo en las medidas conciliatorias, en el llamamiento cordial a los rebeldes, en todo lo que había sido el objetivo del golpe, que había comprometido seriamente la doctrina conservadora sobre el principio de autoridad y que, en su concepto, no resistiría al fallo de la historia sino en el caso de asegurar la paz y una era de concordia para la República. Don Aristides Fernández, asociado a don Lorenzo Marroquín, hijo del Presidente, escritor famoso y negociante sin miedo, continuaba imperando en el ánimo del gran señor reblandecido, que día por día se apartaba de los ideales caros a los principales jefes del 31 de julio.

"El señor Marroquín sintió la incomodidad del censor a domicilio. Quiso tapar, como quien dice, el ojo de la conciencia. De acuerdo con sus consejeros, temeroso al propio tiempo de prescindir en forma ostensible de los servicios de aquel a quien en primer término debía el poder y que gozaba de prestigio entre los suyos y contaba con el respeto de los adversarios, le confió la misión de ir, en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores, a luchar por que el Gobierno de los Estados Unidos no escogiera, para abrir un canal entre los océanos Atlántico y Pacífico, la vía de Nicaragua. Comprendió el doctor Martínez que el verdadero propósito del gobernante no era otro que el de salir de él, y se excusó de aceptar la misión delicadísima. Pero en tales términos salió la invocación a sus conocimientos y a su patriotismo, para resolver uno de los más difíciles problemas de la hora, que se dejó convencer, y con el ceño fruncido por las preocupaciones, aunque lleno el corazón de anhelos generosos, confiado en poderle prestar a la nación uno de aquellos servicios que marcan una fecha, partió para los Estados Unidos".

El 11 de enero de 1901 se encargó del Ministerio de Relaciones Exteriores el subsecretario Antonio José Uribe. Martínez Silva, por su parte, el 2 de marzo presentó en la ciudad de Washington sus credenciales ante el Presidente McKinley, quien dos días después asumiría por segunda vez la primera magistratura.

El republicano William McKinley -nacido en Ohio en 1843- ocupó por primera vez la Presidencia de Estados Unidos en marzo de 1897. En junio de 1900 la convención de su partido eligió la fórmula McKinley-Roosevelt para enfrentarla a la de los demócratas Bryan-Stevenson, a la que finalmente derrotaron en las elecciones del 6 de noviembre.

Pues bien; incorporado ya Martínez Silva en el cuerpo diplomático, el 4 de marzo pudo asistir a todas las ceremonias oficiales que se verificaron en la capital estadounidense con motivo del inicio del segundo período presidencial de Mckinley.

Ya instalado en la Legación de Colombia en Washington -y asistido por Tomás Herrán (secretario de la misma desde septiembre de 1900) vástago de una distinguida familia y educado en Estados Unidos- Martínez Silva se dedicó con su característico dinamismo a empaparse del complicado asunto del Canal de Panamá. Pero al mismo tiempo pensaba que desde su posición en Estados Unidos, lejos del epicentro de la guerra civil, podría tal vez contribuir al logro de la paz, y con ese propósito -por su cuenta y riesgo y sin pedirle permiso a nadie- apenas llegó a Estados Unidos se puso en contacto con el general Rafael Uribe Uribe, quien se encontraba en Nueva York, escampando de los golpes militares que había sufrido en su última campaña revolucionaria.

Carlos Alberto Mendoza es Presidente de la Comisión del Centenario de la República, de la Alcaldía de Panamá. Vicente Stamato es periodista.

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