Carne de burro no es transparente...

Esta actitud de don Jacobo Salas me trae a la memoria una ocasión de mi niñez cuando asistía al cine, una noche de verano, con mis hermanos, en El Valle de Antón. Era el único cine del pueblo, su viejo proyector nos ofrecía imágenes muy alargadas (tan alargadas aunque sin la belleza de los famosísimos cuadros de El Greco) y el sonido también se distorsionaba. A pesar de todo, estas precariedades tecnológicas, sumadas al silbido frío del viento vallero, añadían a esa noche un ambiente misterioso y emocionante. Inesperadamente, un chico grandulón se paró frente a nosotros, dándonos la espalda, impidiéndonos la visibilidad a la pantalla a mis hermanos, a mí y a todos los demás, que estábamos sentados detrás de él. Enseguida, a mis espaldas, alguien se atrevió a gritarle al grandulón: "¡carne de burro no es transparente!". Todos reímos a carcajada limpia por la ocurrencia y, al mismo tiempo, nos sentimos identificados con ese grito de indignación frente al abuso. Además nos pareció divertida la referencia al burro (con el perdón del bien amado Platero, ese borrico bonito, juguetón y cariñoso que alegraba el alma solitaria y sensible de Juan Ramón Jiménez), por la generosa presunción de ignorancia, por parte del grito, hacia el abusador.

Infelizmente don Jacobo, cual chico grandulón en el cine de El Valle de Antón, se está interponiendo en las iniciativas de transparencia en nuestro país, tapando información a los ciudadanos, impidiéndonos ver mejor el destino de nuestros recursos y presupuestos estatales. En un franco abuso de la autoridad que le confiere su cargo, el presidente de la Asamblea insiste en defender lo indefendible (como es el caso de proponer la privacidad de lo que es público y de expresar pudor con el dinero de todos), manifestando así tontería, terquedad y oscurantismo. Este escenario, además, presenta la siguiente disyuntiva: ¿serán estas cualidades genuinas o pretendidas? Y la inversión de la pregunta: ¿pensará don Jacobo que todos los panameños somos burros? Frente al angustioso dilema, he optado por el divertido grito antonero y presumir ignorancia antes que mala fe (si bien que la una y la otra no se excluyen necesariamente...).

Es evidente que a nuestros dirigentes actuales les está faltando un mínimo de ética política, actualización y capacitación sobre transparencia y democracia (para mencionar apenas algunos temas fundamentales) que amplíen su marco referencial, eleven el nivel intelectual y la coherencia ideológica de sus discursos, declaraciones, argumentos y contra argumentos. Y, por encima de todo, que garanticen la transparencia de sus intenciones.

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