Hace unas semanas escribí un artículo sobre el celibato sacerdotal. Las reacciones no se hicieron esperar, pero tengo que decir que la mayoría de ellas fueron de gente muy estudiada en el tema, con quienes sostuve conversaciones racionales examinando todas las aristas del asunto... siempre pensando en positivo como Iglesia porque todos –no solo los sacerdotes– somos Iglesia.
Comienzo por decir que todos aceptaron que la historia del celibato en la Iglesia es tal cual la describí, lo cual confirma la seriedad intelectual del libro al que hice referencia, sobre el tema. Entonces, queda claro que el celibato no es de manera alguna un mandato de Cristo.
Es obvio también que el celibato y la pederastia (una enfermedad) no necesariamente están relacionados, como se podía colegir de mi artículo. El manejo que le dio la jerarquía al problema de los sacerdotes pederastas es otro gravísimo problema, pero no es para este artículo.
También es un hecho cierto y muy preocupante que hay una baja en las vocaciones sacerdotales… y que éstas sí tienen una relación directa con el celibato. Este hecho puede ser responsable en gran parte de que en una década (1994–2000) el número de los jóvenes practicantes católicos haya caído de 18% a solo 10%, y que los indiferentes, agnósticos y ateos hayan pasado del 22% al 46%. Son hechos que si ocurrieran en cualquiera otra organización tendrían a los dirigentes corriendo a implantar reformas para reversar estas tendencias funestas.
Algunos dirán: "la Iglesia tiene más de 2 mil años y ha sobrevivido muchas crisis… no hay que preocuparse". Yo pienso que aquellos católicos que niegan y evaden la crisis que se da en nuestros tiempos son los que realmente no creen en su Iglesia. "Una fe no examinada constantemente no es fe, sino superstición" –dice Gary Wills en su libro Por qué soy católico, y coincido con él. La misión moral de nuestra Iglesia no debe ni puede ser neutralizada por sus errores o pecados pasados. La Iglesia nuestra –y todas las demás– propugnan una conducta moral necesaria para la humanidad; por eso la disminución de sacerdotes, y de practicantes, sí debe preocuparnos… y mucho.
De todas las ideas examinadas con las personas con quienes hablé me pareció que la más prudente, juiciosa y eficaz sería que la Iglesia mantuviera el celibato, pero que lo declarara opcional como fue en antaño, no tanto para que los curas se pudieran casar sino para que los casados pudieran optar por el sacerdocio.
Me parece que el resultado sería que muchos católicos casados, ya maduros, con familias hechas, con una situación económica razonablemente estable, deseosos de dedicarse más a su comunidad, podrían entrar al sacerdocio. Serían curas conocedores de la vida, mucho más eficaces en su labor eclesiástica.
Sus homilías serían sobre la vida real y su relación con el Cristo hombre, en vez de lo que hoy escuchamos que la más de las veces son palabras inentendibles que en esencia nos piden que al entrar a la Iglesia dejemos nuestros cerebros en la puerta.
Pido a otros católicos preocupados y comprometidos, a que apoyemos a nuestra Iglesia comenzando a examinar esta posibilidad de un celibato opcional, con el objetivo de fortalecer el sacerdocio… y a nuestra Iglesia.
