Cerco a la libertad

María del Carmen Cabello ccabello@prensa.com Es cierto que las relaciones entre los seres humanos se ciñen a unas normas que, por regla general, no están escritas en ninguna parte, aunque se derivan a menudo de las costumbres, de la cultura común de un pueblo o, a la última, de las reglas que dicta la naturaleza. (Otra cosa más complicada son las constituciones o los códigos jurídicos.)

Resultaría raro que a algún miembro de la familia se le ocurriera pegar en la puerta de la nevera, al lado de los teléfonos de urgencia, las leyes por las que se rige la gente de la casa. Algo así como: “Los mayores cuidarán a los más pequeños”; “Las decisiones importantes para la familia se tomarán en consenso”, o “Queda prohibido a los hijos insultar a los padres”. Cosas sabidas, de fiel cumplimiento, y cuya violación puede acarrear conflictos serios.

Y por no quedarnos en el ámbito familiar, otro tanto ocurre con las relaciones sociales. En ningún sitio está escrito que coquetear con el novio de una amiga sea deslealtad, o que traicionar una confidencia merezca días de cárcel, o que poner la zancadilla a un compañero de trabajo sea causa de despido, pero todos sabemos, en mayor o menor medida (eso sí, dependiendo del grado de formación de cada cual), que “esas cosas no se hacen”.

Si el derecho del hombre a expresarse con libertad y a recibir información ha sido recogido en las constituciones políticas y en las convenciones internacionales, no es porque estas lo hayan inventado. Es tan elemental como el cuidado de las crías o el respeto a los mayores, por lo que los organismos de derechos humanos se han limitado a eso, a recogerlo y difundirlo, con el único objeto de salvaguardarlo de dictadores y tiranos.

Para nadie es un secreto que en Panamá, actualmente, se discute con viveza si es conveniente reglamentar la profesión del periodismo, y para contribuir al debate, La Prensa llevó a cabo una encuesta en su página web cuyos resultados se publicaron en la edición regular del domingo pasado.

La encuesta no contenía más que una pregunta: “¿Cree usted que se debe regular, tal y como se especifica en el proyecto, el ejercicio del periodismo?” La respuesta no dejó de ser sorprendente: de un total de 2068 votos, 1208 personas (un 58.4%) respondieron que sí; 549 (el 26.5%) contestaron que no, y 311 (un 15.0%) dijeron que no sabían.

Si el resultado sorprende puede deberse a dos motivos. O los ciudadanos consideran que el periodismo en Panamá está tan desquiciado que necesita que alguien lo meta en cintura, o en verdad no se comprenden bien los peligros que entrañaría para la democracia y la transparencia ponerle coto a la libertad de expresión.

El anteproyecto de ley que propone el Sindicato de Periodistas no pasa de ser una serie de reivindicaciones en beneficio del gremio (esa es otra cuestión), pero no un intento de mejorar el ejercicio del periodismo. El hecho de pretender que solo los comunicadores graduados en la universidad puedan desempeñarse como tales, es de por sí excluyente y, por lo tanto, empobrecedor. Pero de este y de otros puntos del anteproyecto se ha hablado hasta la saciedad.

Tal vez para mejorar el periodismo panameño no sea lo importante reglamentar las condiciones laborales de los reporteros ni la cantidad de títulos académicos que requiera, sino que estos lleven prendidas en el alma unas reglas no escritas, de estricto cumplimiento, que elevarán la profesión a la categoría que merece.

Algo así como este decálogo:

*Respetaré al lector por sobre todas las cosas con información clara y fidedigna.

*Mantendré mi independencia de criterio frente a los políticos y poderosos.

*Seré inmune a la dádiva y al chantaje.

*Huiré del publirreportaje como el que huye del agua hirviendo.

*Revisaré día a día mi trabajo con espíritu autocrítico.

*Sabré separar mis intereses personales de la realidad de los hechos.

*Me mantendré informado de todo lo que en el mundo ocurra a fin de completar mis notas con referencias válidas.

*Cuidaré el idioma en el que me expreso como a la niña de mis ojos.

*Completaré la opinión de mis fuentes con investigaciones imparciales y probadas.

*No utilizaré mi oficio para dañar reputaciones ajenas, pero denunciaré sin remilgos a todo aquel que cometa actos de injusticia o corrupción.

Es decir, que no se trata de leyes sino de principios. Porque cuando el lector percibe que estos principios están presentes en los medios de comunicación y en el espíritu de los periodistas, entiende que no es necesario poner cerco a una profesión que nació para ser libre.

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