Los desastres acontecen con relativa periodicidad en nuestro país. Cada vez que ocurren, se produce lamentación del suceso, caridad con damnificados y evasión de culpas. Después que todas estas emociones se diluyen, nos sentamos a esperar el próximo episodio. Tristemente, adolecemos de una cultura de prevención. Nos hemos acostumbrado a la reacción más que a la acción. La absurda muerte de un joven galeno, aplastado por un viejo árbol, ha vuelto a mostrar la habitual negligencia de nuestras instituciones gubernamentales. Alcaldía y Anam pelotean su responsabilidad y calumnian a la lluvia. Seguramente, los informes escritos que emanaban del Hospital del Niño, pidiendo podar las ramas moribundas, fueron usados de papel higiénico para limpiar el estiércol de la desidia. ¿Quién le devuelve la vida al recién graduado médico y la ilusión a una madre por ver cumplidos los sueños profesionales de su abnegado hijo? Molesta escuchar las explicaciones teóricas sobre las posibles causas del accidente. Cállense ya. Un ser humano murió y no le tocaba. Excepto la longevidad, todo destino es circunstancial y potencialmente evitable.
La misma indiferencia sucede con las recurrentes inundaciones en calles y vecindarios. ¿Cuántas calamidades y víctimas deben acaecer para implementar estrategias preventivas permanentes? La capital está saturada de alcantarillas obstruidas, basuras acumuladas, quebradas estancadas y servidumbres pluviales asfixiadas. Nadie limpia, destapa, multa ni evita la anarquía urbanística del cemento. Mientras aguardamos la siguiente tragedia con los brazos cruzados, el estólido alcalde se empeña en romper un récord Guinness para Navidad y en despilfarrar el dinero de contribuyentes en piscinas inflables. Lo peor es que nadie pretende detener el delirio del gringo bailarín. Si no descubrimos algún mecanismo jurídico para sacarlo del puesto por incompetente y peligroso, todos sufriremos las consecuencias de sus pueriles ocurrencias. ¿Se imaginan que se incendie un arbolito eléctrico, que alguien se electrocute al iluminar un nacimiento o que un niño humilde se ahogue debido al tumulto provocado por cientos de nadadores aficionados?
La escasez de lineamientos de prevención ha causado también tragedias en otros sectores. Hace más de una década, varios pacientes sometidos a hemodiálisis fallecieron, presumiblemente por soluciones contaminadas o medicamentos de baja calidad. Después, 16 pacientes oncológicos sucumbieron al recibir radiaciones excesivas. Falta de protocolos operativos, modificación empírica de dosis y errores humanos fueron las conclusiones correspondientes. Luego, 18 panameños resultaron calcinados dentro de un bus. Como excusas, una puerta trasera clausurada, una pieza original violentada, un mecánico artesanal y un conductor distraído. Sin duda, la peor masacre en la historia reciente panameña fue el envenenamiento masivo provocado por la prescripción de medicinas contaminadas con dietilene glycol. Las causas se enfocaron en un error en el pedido, equivocación en la glicerina enviada, adulteración de fechas de caducidad, ausencia de controles analíticos y nula supervisión de los fármacos elaborados por la CSS por parte del Minsa. Sorprendentemente, durante todos esos escándalos, ningún individuo de cierto nivel jerárquico experimentó renuncia, despido o cárcel. Mientras en China se fusilan, aquí se cobijan. Los muertos, a llevarles flores el día de los difuntos.
Soy consciente de que la génesis de muchos desastres naturales es ajena al control humano. No obstante, factores como vulnerabilidad, impacto, respuesta, mitigación, reconstrucción, rehabilitación y preparación futura sí están dentro del ámbito de lo controlable. La cultura de prevención es el conjunto de normas, acciones y actitudes promovidas con anticipación, para evitar que se presente un fenómeno peligroso o reducir sus efectos sobre la población, los bienes y el ambiente. Esta debe incluir medidas de ingeniería (construcciones adecuadas, protecciones apropiadas, mantenimiento de equipos y estructuras) y de legislación (uso adecuado de tierras y aguas, ordenamiento urbano, penalizaciones). Les brindo un ejemplo de nuestra extraordinaria preparación para catástrofes. En las maniobras realizadas para liberar el cuerpo estrujado del infortunado doctor, observé el uso de unas motosierras ideales para cortar arbustos, cadenas para cargar papel celofán y grúas para levantar bloques de algodón. Cada peón tenía una idea diferente sobre como agilizar el rescate y la practicaba asincrónicamente. Más de seis horas tomó la conclusión de la faena. Y los políticos dicen que somos un país de primer mundo. No me jodan.
Sigo, todavía, estupefacto por la prematura desaparición de David. Lo había felicitado hacía tres semanas por una brillante exposición de un tema pediátrico. Ya no podré disfrutar del esfuerzo y creatividad de ese colega. El Hospital del Niño está de luto, ha perdido a una joven promesa de la medicina. Curiosamente, aquel vetusto corotú tenía colgado en su tronco un letrero que decía “cuidemos todos al árbol”. ¿Quién carajo cuida al humano?
