Hasta ahora Chávez había hecho buen uso del cosmético democrático con el estribillo de la legitimidad que produce ganar elecciones. Aprovechándose de esa bandera poco a poco fue destruyendo todos los otros factores que califican a una democracia. La separación de poderes ya no existe, la independencia de las autoridades electorales ya no existe… el respeto a las minorías no existe… el respeto y tolerancia a las disidencias no existe… y por allí un largo etcétera. Sin embargo, aún existía libertad de expresión, la madre de todas las libertades; el círculo dictatorial aún no se había cerrado, era todavía posible embarrarse la cara del cosmético democrático.
Pero llegó el día sábado uno de agosto; ese día Chávez cerró 34 emisoras y emitió una Ley electoral brutal comprobándose (él mismo) dictador de la tierra de Rómulo Betancourt.
¡A ver, qué dirá ahora la ‘comunidad internacional’!... ¡A ver, qué dirá la inútil OEA!… ¡A ver dónde quedarán los alaridos del dictador sobre la democracia de Honduras y sobre los gorilas de aquel país!
¿Por qué saco a Rómulo Betancourt del ‘baúl de los recuerdos’?... porque fue el padre -¡y qué padre!– de la que fue por mucho tiempo la ejemplar democracia venezolana. No solo sacó a Venezuela de la dictadura para hacerla democrática, sino que enfrentó –con una valentía increíble – a todas las dictaduras de América, fueran de derecha o de izquierda, factor que le acarreó varios atentados contra su vida.
Impulsó la ética en la política (sobre todo en la política internacional) creando “la Doctrina Betancourt” por medio de la cual las relaciones diplomáticas de su país se mantendrían únicamente con aquellos países cuyos gobiernos fueran legítimamente democráticos. Si el gobierno no era democrático, simplemente se romperían relaciones e instaba a todos los demás países de América a hacer lo mismo. Esta quizás fue la inspiración de la Carta Democrática de la OEA que, lamentablemente, hoy es letra muerta.
Hoy, Rómulo Betancourt hubiera roto relaciones con Honduras, pero también con Venezuela, Nicaragua y tendría a Bolivia y Ecuador en el caldero: ‘O hay democracia o no la hay’; así de sencilla era la cosa para Rómulo Betancourt.
No se andaba con rodeos diplomáticos: por supuesto que para él no había democracia sin libertad de expresión.
Chávez se ha autodeclarado dictador; y ahora, ¿qué? ¿Habrá algún país en este hemisferio nuestro que tenga el coraje y la valentía de romper con Honduras, Venezuela y Nicaragua, aplicando la “Doctrina Betancourt” o la Carta Democrática?
Nada más por si no se acuerdan… o prefieren no recordar… cuando nuestro país recobró su democracia luego de 21 largos años de lucha durante los cuales los ‘hermanos’ países de América se mantuvieron convenientemente ciegos y sordos, aquél recordado y admirado canciller panameño del primer gobierno democrático posdictadura, el Dr. Julio Linares, en una reunión del Instituto Latinoamericano de Estudios Avanzados (ILDEA)tomó la palabra y anunció que el gobierno de Panamá adoptaba como Política Exterior formal de la República la Doctrina Betancourt; días después el decreto fue firmado por el presidente Endara con su canciller Linares.
Me apena incomodarlos –señores de los gobiernos de América– pero no puedo pensar en los venezolanos, nicaragüenses y hondureños sin pensar en los 21 años que pasamos los panameños abandonados a nuestra tragedia dictatorial.
Moral y éticamente, ¡no podemos hacer lo mismo! Chávez mismo le puso nombre y apellido a su gobierno.
Parece habernos dicho “cierro la libertad de expresión. Sí, lo nuestro es una dictadura… ¡y qué!”.
Ahora toca a las democracias de América reaccionar usando la Doctrina Betancourt o la Carta Democrática.
Espero que así ocurra; eso sí, espero sentado.