El ozono, un tipo de oxígeno cuya molécula está formada por tres átomos (O3), fue descubierto a mediados del siglo XIX. Su nombre proviene del griego ozein, que significa oler, y que seguramente se ganó por el olor tan particular que tiene, entre metálico y ácido, pero nunca desagradable. Como sustancia gaseosa, el ozono es siempre igual, no importa si está aquí o en las capas superiores de la atmósfera. La diferencia es que, según donde se encuentre, la forma en la que actúa, es distinta.
Por el ozono estratosférico, o lo que conocemos como la capa de ozono, estamos muy preocupados. La continua emisión de gases de desecho de productos industriales (refrigerantes, extinguidores, solventes) ha hecho un gran agujero en esa capa que rodea la Tierra y que protege a los seres vivos de recibir un exceso de los rayos ultravioleta emitidos por el sol. La capa de ozono es una masa gaseosa muy dinámica que controla la entrada de luz y calor a la Tierra mediante un sistema constante de producción y destrucción de moléculas de ozono. El problema radica en que el ozono es un gas muy reactivo, que pierde su tercer átomo con mucha facilidad. Los clorofluorocarbonos, uno de los tantos compuestos de desecho que se emiten al ambiente, son los principales causantes de la destrucción del ozono por ser sustancias muy estables que se elevan hacia la estratosfera sin que se produzcan cambios en su estructura molecular. Al exponerse a la radiación ultravioleta en la estratosfera, el cloro se desprende del compuesto y se convierte en un catalizador que le roba un átomo de oxígeno a la molécula de ozono cuando reacciona con ella. Una molécula de cloro es capaz de destruir 100 mil moléculas de ozono.
La capa de ozono se encuentra a un distancia de 25 a 50 kilómetros de altura y su destrucción es lo que ha hecho disparar la alarma en torno al peligro que corremos de padecer cáncer de piel, cataratas y trastornos en el sitema inmunológico, debido a una exposición excesiva a los rayos ultravioleta.
Pero luego está el otro ozono, el que se encuentra en la tropósfera, la capa más cercana a la superficie de la Tierra. Allí, el ozono ya no es tan bueno como el que se encuentra en la estratósfera. Al contrario, es precisamente la sustancia que, en los lugares contaminados, produce el efecto del smog , y dado que es un gas sumamente reactivo y con propiedades oxidantes, es también el responsable de severas afecciones en el sistema respiratorio (reduce la función pulmonar). En las plantas, por otra parte, una exceso de ozono en el ambiente afecta su capacidad para producir y almacenar alimento, lo que las hace más susceptibles a enfermedades y plagas.
El ozono troposférico existe de manera natural en la superfice terrestre, aunque no proviene, como ocurre con otros gases, de una fuente específica. Su presencia es el producto de una serie de reacciones químicas que se dan a partir de la emisión de otros gases como los óxidos de nitrógeno y otros compuestos orgánicos que reaccionan entre sí gracias al calor y a la luz solar.
¿Qué ocurre entonces en ciudades con grandes flotas vehiculares y fábricas, donde van a parar al aire vapores que contienen enormes cantidades de óxidos de nitrógeno? Simplemente que la presencia de ozono es mayor, sobre todo en los días en que el sol aparece en todo su esplendor. Y cuando el ozono se presenta en concentraciones mayores a los niveles establecidos por los organismos de salud, se considera un factor contaminante y peligroso.
De acuerdo con las mediciones de calidad de aire que el Instituto Especializado de Análisis de la Universidad de Panamá hace en la capital, los niveles de ozono rayan en lo peligroso. La Organización Panamericana de la Salud establece un valor guía de 60 microgramos por metro cúbico, y el promedio que se contabiliza en nuestra ciudad es de aproximadamente 50 microgramos por metro cúbico. Es decir, que falta poco para llegar al límite.
El ozono es siempre el mismo. Tomemos precauciones para no destruir el de arriba; tengamos el cuidado de no generar demasiado aquí abajo.
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