Juan Ramón Martínez Dettore Se suele decir que España es la madre patria de los países latinoamericanos. Panamá es el único con el privilegio de, adicionalmente, haber tenido una segunda madre patria, ya que con la unión que se produjo en 1821, se creó ese vínculo tan particular entre Colombia y Panamá. Por esto y por muchas razones más, a los panameños nos duele Colombia.
Existe en el hermano país una área geográfica que se conoce como la región de Nariño, cuya capital es Pasto, lo que da origen a que a sus habitantes se les conozca como pastusos, y de quienes se hacen bromas y chistes acerca de su supuesta ingenuidad. Vale destacar que anualmente se celebra el festival del chiste pastuso, en el que ellos mismos hacen gala de su sentido del humor inventándose cuentos y anécdotas de las que son protagonistas, lo que nos dice de su calidad humana y su ausencia de ridículas solemnidades.
Por otro lado hay algunos que, pretendiendo mucha formalidad, logran producir actos de humorismo involuntario, al punto de que un humorista pastuso ha propuesto que, en algunos de estos casos, al no ser pastusos de nacimiento, pero sí por afición, se les conceda la nacionalidad regional honoris causa.
No se precisa tener un doctorado para percatarse de que entre mermelada y Marulanda (quien evidentemente no es pastuso), existe alguna similitud fonética. También se podría decir que hay un vínculo accional entre ambos vocablos, ya que en los últimos años algunos colombianos, en un exceso de buena fe no correspondida, se han estado chupando el pulgar, previamente endulzado por Marulanda con mermeladas de promesas de paz, acompañadas de propuestas y peticiones sin reciprocidad.
Se ha dado en diversos momentos, tal como recientemente aconteció, que tan pronto la guerrilla, con apoyo sicológico y diplomático externo, presiona para iniciar otra ronda de conversaciones de paz, paralela y simultáneamente plantea una serie de exigencias adicionales. Esto nos recuerda el axioma marxista de que, siempre es posible proponerle al enemigo fórmulas y propuestas desproporcionadas e inadmisibles, bajo la hábil premisa de que, mientras no se le planteen, no se podrá saber si es capaz de asimilarlas, y quien quita... No hay más que recordar la zoquetería del mundo occidental al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando concedía a los soviéticos todo lo que pedían y algo más, esto con tal de ver sonriente a Stalin, el máximo asesino de su propio pueblo.
La experiencia evidencia que esto es factible, cuando el interlocutor es alguien demasiado buena gente. Mientras todo esto acontece, el candidato independiente Alvaro Uribe comanda ascendentemente las encuestas de las elecciones presidenciales que se celebrarán en el mes de mayo. Por sintomático contraste, el candidato de lo que queda del partido conservador, actualmente en el poder, haciendo concesiones a la realidad matemática política, la cual no ascendió ni siquiera con una supuesta firmeza tardía, ha renunciado a su candidatura.
Muchos se preguntan cómo Uribe ha rebasado tan rápidamente a lo otros candidatos de todos los partidos, con la grata perspectiva de que no serían necesarias segundas vueltas electorales, y que además los colombianos inteligentemente han comprendido que para poder exigir a Uribe el cumplimiento de sus promesas electorales, hay que acompañarlo con mayoría legislativa; caso contrario, sería una tomadura de pelo que se haría a sí mismo el electorado y sin derecho a reclamo. Uribe llama las cosas por su nombre y las interpreta sin eufemismos. Por ejemplo, la continuación de las conversaciones de paz (en las cuales se negó a participar), así como los gestos de buena voluntad, podrían interpretarse como la concesión de unos cuantos miles de kilómetros adicionales a ya saben ustedes quién...
La firme decisión de Uribe está refrendada por las circunstancias de que una docena de atentados contra su vida y el cruel asesinato de sus ancianos padres no lo han hecho retroceder ni mediatizar su propuesta de enfrentar abiertamente a la guerrilla, solicitando ayuda internacional si fuera menester. No permitas que tu enemigo confunda tu condescendencia con otra cosa.
