La vida plena es la digna. Esa en la que el ser humano se siente parte de un colectivo que respeta su individualidad, potencia sus cualidades y lo protege ante las adversidades. Ningún colonense puede decir que la patria le haya dado eso en las últimas décadas.
Colón es suficientemente negro para que el racismo institucional y social lo oculte, pero suficientemente digno y orgulloso como para que nadie pueda creer que es un pueblo vencido. Y eso que siempre se han invisibilizado sus éxitos y sus historias. Es más fácil ser un héroe nacional en Panamá si no se ha nacido en Colón. Saladino rompió ese fenómeno y para muchos compatriotas esa es su única referencia sobre la actualidad de Colón. Claro, que Saladino tuvo que buscar ayuda fuera de su patria para poder entrenar, porque en el país del Canal no había ni pista ni plata para un deportista de élite. Colón jamás sale en los medios de comunicación de Panamá si no es para contar un desastre, un barracón caído, una bronca entre pandillas, pobreza, muerte.
El imaginario construido por los medios y por el discurso político es el de una población-objeto, incapaz de gestionar sus propias vidas, dependientes y algo haraganes. La única imagen medio positiva de Colón es folclórica, relacionada con el baile, el cante o las fiestas, la religión, las playas... Pero la realidad no es así, es más compleja y mucho mejor. La provincia de Colón está habitada por sujetos activos de sus vidas, que sobreviven y construyen a pesar de la exclusión, del evidente racismo del país, de la obscena Zona Libre que los esclaviza y les pone delante una zanahoria a la que nunca podrán morder.
Todas y todos somos culpables de los prejuicios que hay sobre la ciudad y sobre la provincia. Estos días he pensado muchas veces cómo hubiera sido la reacción social si el José que mató la policía en Colón hubiera sido blanco, hijo de una familia con residencia en Punta Pacífica... no tengo clara la respuesta, pero me atormentan las intuiciones. La patria no es igual en todos los lugares del territorio nacional ni para todos sus habitantes.
Dice Martinelli desde Japón –le gusta tanto su país que siempre se va, incluso cuando está ardiendo– que los policías que patearon a plena luz del día a los muchachos de Colón hicieron un gran trabajo “por la patria”. Y es verdad, esos policías, pobres gorilas a sueldo, hicieron un gran servicio a la “patria de los ricos”, a la de los especuladores, a la de los explotadores. La patria de Martinelli es esa en la que todo vale si es para ganar plata y la población solo es mano de obra o votantes potenciales a los que despreciamos hasta que nos son necesarios...
La vida plena es incompatible con esta patria. La gente está tan acostumbrada a la violencia estructural del Estado –y del sistema privado al que sirve– que ni se da cuenta de lo que le hacen. Cuando siente la violencia directa, la del despojo y la represión, reacciona con fuerza, con esa sabiduría y esa energía que solo el pueblo es capaz de transmitir en las calles. Puede parecer una fuerza caótica, pero no, es el orden desde abajo, es esa otra patria que sabe defenderse, ayudarse, aliarse contra los poderosos.
Es posible que Colón no gane esta batalla, como no la ganaron al 100% los ngäbe o los naso, o los maestros... pero las y los colonenses tienen nuevas razones para sumar a su historia de dignidad. Cuando un pueblo defiende lo que es suyo, el poder reacciona con extrema violencia. Si el pueblo utiliza pistolas como las de los policías, se le tacha de violento y criminal. Pero hay una gran diferencia: los policías que ejecutan las órdenes de los cobardes y corruptos políticos solo lo hacen por plata y obediencia ciega. El pueblo se defiende con todo de manera altruista, generosa, poderosa, necesaria...
Gracias a las gentes de Colón por mostrarnos, una vez más, que la vida digna es difícil de defender, pero que ustedes están dispuestos a hacerlo. Todos somos Colón. Menos sus victimarios, menos esos traidores de la patria que están en el Gobierno y en la Asamblea.
