¿Cuáles son las razones por las cuales la Comisión de la Verdad ha sido objeto reciente de tantas controversias y contradicciones? A su nacimiento, la iniciativa no tuvo detractores. Profesionales distinguidos provenientes de distintas disciplinas asumieron el compromiso de examinar con objetividad el tema de las desapariciones que se habían producido en Panamá, con motivo de los acontecimientos que siguieron al golpe de Estado de 1968. Estaba muy clara la intención humanitaria del proyecto: a raíz de los enfrentamientos por el poder político que tomaron distintas formas, incluyendo choques armados entre grupos guerrilleros y la Guardia Nacional, algunas familias quedaron en la nebulosa, con absoluto desconocimiento del destino de sus parientes. Un deber elemental de conciencia obligó a muchas personas a ofrecer respaldo a una comisión de esta clase, a fin de que acumulara informaciones y diera a luz algún informe final que ayudara a estas familias al esclarecimiento de los acontecimientos, todo con un sano espíritu de reconciliación. Hasta allí todo bien, gestos desprendidos y espíritu abierto a la solidaridad humana
¿Qué ocurrió entonces? Que, en lugar de acogerse a un término fijo, la Comisión fue adquiriendo virtual permanencia, aunque con distintas denominaciones. Algunos de sus miembros renunciaron, el período de existencia se venció, se renovó, volvió a vencer y actualmente, según parece, la Comisión fluctúa entre una dependencia semi-oficial y una especie de organización no gubernamental, con sus propios resortes de trabajo y según entiendo con sus particulares fuentes de financiamiento. Con independencia de cuál sea la naturaleza legal de su estructura orgánica, lo cierto es que la Comisión abandonó la misión de recopilación histórica. Después de rendido el informe final, cometió el error fundamental de insistir en convertirse en parte de los procesos judiciales abiertos, o de reclamar la reapertura de los que estuvieren cerrados. De ese modo, al pasar de una entidad con visión nacional y altos fines altruistas, esta oficina ha entrado a una etapa controversial y pleitera, y ha quedado atrapada en la maraña de los recursos judiciales, con énfasis en un rol detectivesco y con progresivo distanciamiento del delicado voto de confianza que recibió al principio. Al asumir la condición de litigante, crea contrapartes que, lógicamente, no le van a guardar ninguna simpatía. Además, giran a su alrededor serias discrepancias entre distintos grupos y explotan las diferencias con las autoridades del Ministerio Público, encargadas constitucionalmente de investigar los delitos. Al mismo tiempo, brotan denuncias sobre la legitimidad de algunas de sus acciones y, en especial, las vinculadas a la utilización de un perro investigador, cuya dueña ha sido acusada de utilizar ciertas triquiñuelas muy abominables. Se realizan allanamientos a las oficinas que le sirven de albergue, se cuestionan los ingresos de su máximo dirigente, se insinúa que la Comisión se ha convertido en un medio de vida y, como resulta natural en estas circunstancias, un manto de grave sospecha se posa sobre sus métodos de trabajo, especialmente en medio de un proceso electoral. En el mundo apasionado de la vida política de Panamá, donde los resultados de una votación presidencial tienen tanta importancia para individuos, grupos, familias y sectores, viene a ser inevitable el juzgamiento de cada acto de esta oficina, tan desprevenida y promisoria al principio, y tan insertada ahora en la polémica y el descreimiento.
Quizá todo se explica por cierta fragilidad en el consenso tácito que le servía de base social a este despacho. Posiblemente haya en el fondo una contradicción que no es muy notoria, pero que pudiera tener influencia en la situación actual: los pueblos van estableciendo prioridades y, en medio de tantas penurias económicas y de tan alto grado de corrupción, es ardua la tarea de lograr preponderancia en la atención pública para nociones que se fundan en acontecimientos de hace casi 40 años. La permanencia misma de la Comisión va en contravía frente a la natural tendencia ciudadana de abrir más espacio a las preocupaciones inmediatas y a colocarlas en un plano esperanzador hacia el futuro. Son hechos sociales bastante claros y lo que procede es determinar si el mecanismo sirve a un verdadero propósito nacional, o si ya está choteado por haber devenido en hervidero de conflictos o por transformarse en una forma de militancia política, o por ambas cosas.