Es terrible que siempre haya que pedir disculpas antes de proponer algo que va en contra del establecimiento, de los poderes establecidos. Daniel Pichel lo hizo el domingo al hacer una propuesta indecente que sonaba bastante razonable: la convocatoria por parte del próximo presidente de la República de una Asamblea Constituyente. Ni es Daniel el primero que la pide, ni será el último.
No comparto las razones que pone encima de la mesa Pichel para exigir este ejercicio de democracia básica, pero sí la propuesta en sí. Me explico: la Constituyente no la veo como una solución para limpiar una Asamblea Nacional cooptada, corrupta e inoperante. Cuando ese es el único motivo, o el principal, se corre el riesgo de que se cambie la letra de la canción y a los intérpretes pero que nada se modifique en lo estructural, en el ritmo de un sistema político putrefacto, alejado de la ciudadanía y de la realidad y, ante todo, claramente anti democrático.
Decía Julio Manduley en su ponencia ante el Congreso Nacional de Sociología hace 10 días que el problema no es qué partido está en el poder sino cuál es la clase social que lo detenta. Las asambleas constituyentes son útiles para avanzar en la convivencia democrática cuando atacan a ese aspecto de fondo: de nada sirve cambiar los rostros o las siglas de la política si son las mismas familias y los mismos grupos de interés los que manejan el gallinero (y perdón por las gallinas).
Hay muchas formas de Asamblea Constituyente. Mauro Zúñiga lleva pidiéndola a gritos como única solución para el país, ahora leo a Pichel... me sumo y aporto un complemento. Las dos únicas asambleas constituyentes “plurales y originarias” que se han realizado en América Latina –y con pocos ejemplos comparables en el mundo– han sido las de Bolivia y Ecuador.
La clave en una Asamblea Constituyente no es solo qué se discute sino quién lo hace. Es decir, la elección de las y los constituyentes es clave. Si no se organiza de abajo hacia arriba, de lo local a lo nacional, de lo plural a lo múltiple, la Asamblea se convierte en un coro de autoayuda controlada por los mismos de siempre. En Bolivia y en Ecuador todas las poblaciones, grupos humanos e intereses discutieron las nuevas constituciones. Fue tan así, se hicieron constituciones tan innovadoras, rupturistas y populares que ahora tanto Evo Morales como Rafael Correa tienen graves problemas. Y los tienen porque sus pueblos les están exigiendo que cumplan la Constitución y que respeten el nuevo pacto democrático.
No sé, no creo, que Panamá esté lista para una Constituyente de estas características, pero coincido en que sería el único camino para un cambio real. No creo que lo veamos pronto, y menos, como se teme el propio Pichel, en 2014. El PRD, que acaba de elegir nueva-vieja dirección, es el establecimiento más interesado en mantener el sistema; el Panameñismo huele a rancio, incapaz de abrir su mente o sus puertas; Cambio Democrático no es ni un partido, simplemente una alianza para delinquir; el Partido Popular no se libera de sus cargas eurocéntricas y cristianas (de hecho su lema es “Panamá al primer mundo”); y el FAD todavía está con los dientes de leche pero con algunas costillas de dinosaurio clavadas en su código genético (aunque sea la experiencia política más interesante de los últimos tiempos)...
Pero habría que intentarlo. Hay movimientos sociales muy dinámicos y tanto los afrodescendientes, cada vez más organizados, como los pueblos indígenas han demostrado madurez y han mostrado propuestas propias para el país que tienen mucho sentido. Así que Daniel: Constituyente sí, pero no cualquier Constituyente... hace falta una verdaderamente plural, incluyente y subversiva (aclaro para los temerosos de revoluciones: subvertir el sistema es el objetivo de cualquier proceso Constituyente porque uno no redacta una nueva Constitución para la continuidad sino para la ruptura). Mientras la idea cuaja, hay que llevar cuidado con las propuestas de cierre de la Asamblea... el propio Martinelli, aunque cree controlarla, podría hacerlo en caso de demasiadas complicaciones. Es lo que hizo Fujimori en Perú aprovechando la mala fama de los “honorables”, es lo que hizo Yeltsin en Rusia... Los resultados los conocemos y fueron catastróficos.