Confianzudos e irreverentes

En las civilizaciones antiguas las deidades se multiplicaban casi al ritmo del que aquí crece el número de candidatos a puestos de elección popular: se inventaban para explicar los fenómenos inexplicables. Con el advenimiento de las grandes religiones monoteístas -islamismo, judaísmo y cristianismo- los hechos se atribuyen a un solo dios. Los dioses dejaron de tener formas humanas o de animales (y por lo tanto imaginables), para convertirse en seres sobrenaturales en los cuales se creía como acto de fe, sin condiciones ni dudas. Así lo hace la mayoría de los panameños. Por ello, a pesar de que inventamos bochinches a diario, hasta ahora no hemos inventado ningún dios (Momo no cuenta cuando se habla en serio de teología). Sin embargo, producto de un rasgo muy particular de nuestra idiosincrasia, a algunos santos no los tratamos con el respeto que se merecen. O mejor dicho, les hemos dado una consideración intermedia entre la reverencia con que aceptamos los insondables designios de Dios y la rusticidad (que algunos llaman exceso de confianza) con la que nos dirigimos al resto de los mortales.

Sí: hasta en los temas relativos a la fe religiosa hemos comenzado a pecar de confianzudos. Lo habíamos hecho antes con los clásicos: he criticado en distintas ocasiones que aquí se le achaquen frases a Miguel de Cervantes, como si él nos hubiera autorizado a alterar, por cuenta propia, el texto de sus libros. Los perros ladran, Sancho, señal de que cabalgamos, se invoca como cita de Don Quijote de la Mancha, y recientemente un columnista hasta se aventuró a explicar el contexto y la intención de Cervantes al escribirla. Pero pocos reparan en el hecho de que esa frase no aparece en Don Quijote: nosotros hemos decidido emplearla, en uso de una confianza que ni Cervantes ni nadie nos ha brindado. (A la ministra de Educación, sin embargo, se le fue la mano. Que se sepa, nadie la ha autorizado a alterar la ortografía de los pronombres personales cuando se usan como enclíticos: se, es con ese siempre, por lo que el modo imperativo es cúmplase y no cúmplace cómo apareció en un resuelto firmado por ella. Para no hablar de un escrito reciente suyo en el que, más que excederse en confianzas con la Real Academia Española, libró una lucha encarnizada con el uso de las comas, las concordancias -gramaticales, históricas y mentales-, y la conjugación de los verbos. Y terminó masacrándolos a todos).

Si lo hicimos con los clásicos, era solo asunto de tiempo entrar en confianza con los santos y en últimas con Dios. Y así fue. Primero lo hicimos con San Miguel Arcángel, uno de los siete arcángeles y uno de solo tres cuyos nombres aparecen en la Biblia. Desde los primeros cristianos se le venera como el ángel que derrotó a Satanás, razón por la cual la Iglesia le llama Príncipe de los espíritus celestiales o Cabeza de la milicia celestial, y se le tiene como el guardián de los ejércitos cristianos y protector contra los poderes del demonio a la hora de la muerte. Pues bien: en Panamá decidimos denominar un distrito San Miguelito, en homenaje a San Miguel. ¿Quién nos autorizó a semejante cosa? En ninguna otra parte del mundo se usan diminutivos -que son casi siempre expresiones de confianza- para referirse oficialmente a los santos de la Iglesia. (En Colombia se les llama sanandresitos a los sitios donde se ofrece mercancía de contrabando, por el carácter de puerto libre de la isla de San Andrés. Pero esa es una expresión de picardía popular, no una denominación político-administrativa). ¿Algún día nos referiremos también a Santiaguito el apostolito, o a la bendita santa Barbarita?

Otro caso. En enero resulta imposible encontrar chances o billetes de la Lotería en 31: es la fecha de Don Bosco. La creencia popular es que los santos desde el cielo ayudan con sus números a los fieles aquí en la tierra. Lo traigo a colación pues hace algunos años, cuando jugó el 31, alguien, en un arrebato de alegría, gritó: ¡Don Bosquíviri, papá! En lo personal no creo que los santos estén pendientes de los sorteos de la lotería de Panamá, pero aun si lo estuvieran, referirse a San Juan Bosco -un hombre que dedicó su vida a servir a los demás- como Don Bosquíviri es una muestra de lo abusivos y hasta irreverentes que podemos llegar a ser.

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