El tema de los valores parece ser fundamental en la sociedad: se habla y se exige la práctica de estos pero, lamentablemente, la mayoría de las veces todo se queda en teoría; en hueca palabrería que oculta una realidad muy diferente. Además, el valor fundamental y la dignidad de la persona no solo se ven amenazados en nuestros días por la técnica, sino en ocasiones, también, por el despotismo de los Estados o la manipulación más sutil de los medios de comunicación.
En definitiva, estamos inmersos en una sociedad en la que el hombre está perdiendo su libertad e intimidad y sufre la dominación de las cosas que le rodean: del tecnicismo, del Estado, de la información. Se establece una paradoja: Teóricamente se afirma el hombre, la persona, como un valor; en cambio, en la práctica es considerado como un medio, no como un fin. Se le reduce a un número, se le trata como a una cosa, a un objeto, como a una simple pieza del engranaje social, como a un simple individuo de la masa; una masa homogénea y despersonalizada.
El hombre actual vive inmerso en una situación cultural de profunda e inevitable crisis de valoración. Dicha crisis se manifiesta en muy diferentes órdenes, pero tiene su causa en una crisis antropológica que, en principio, puede resultar aparentemente incongruente: cuando los avances técnicos permiten un mejor conocimiento del hombre en sus distintos niveles, resulta la paradoja del desconocimiento del orden personal del ser humano.
En estos inicios del tercer milenio, el problema esencial del hombre con respecto a la valoración, es que se ha convertido para sí mismo en un problema. Esta crisis axiológica de identidad en el plano existencial exige una auténtica concepción filosófica del hombre, y no solo para la tarea educativa, sino también para la tarea de ser hombre, ya que no se puede “ser” sin “conocerse”. Podemos decir, tal y como postulaba el oráculo de Delfos, que “Conocerse a sí mismo”, determina un punto de partida metodológico y al mismo tiempo, la meta cognoscitiva a alcanzar.
“Conócete a ti mismo” no implica que, en el nivel cognoscitivo, el hombre quede encerrado en su propia inmanencia, sino que, por el contrario, es la vía de acceso a la trascendencia. El auténtico significado del “conócete a ti mismo” es el punto de partida y, también, la clave para la comprensión más profunda del hombre y de sus diferentes relaciones.
En la medida en que conozcamos mejor al hombre, nos conoceremos más y mejor a nosotros mismos, a la vez, que nuestro propio autoconocimiento nos lleva a conocer al hombre en cuanto tal. El autoconocimiento es condición necesaria, aunque insuficiente para alcanzar una plena y auténtica realización personal. De ahí que el “conócete a ti mismo” tenga como meta y corolario la exhortación de Píndaro: “Llega a ser quien eres”.
