La corrupción, como una metástasis, ha invadido todos los órganos del Estado; el país está enfermo, en coma; pero lo realmente grave no es que haya corrupción; lo realmente grave de la corrupción es la impunidad de que gozan los corruptos.
Ante este panorama, ¿qué propósito tiene que renuncien los actuales magistrados?; ¿existen en el país ciudadanos incorruptibles que ocupen esos cargos?; ¿existen abogados capaces de administrar Justicia de manera proba y anteponiendo la dignidad de la República?; yo, sinceramente lo dudo; hay que perseguir la corrupción; he aquí la forma de minimizar este flagelo; la corrupción se incrementa en un país, por falta de controles, de persecución de la corrupción y de celdas para los corruptos, no por falta de hombres honrados y honestos; o se pensará también, en atención a la absurda psicología moderna, conciencia a los magistrados, jueces y políticos y crear centros especializados para resocializarlos y reincorporarlos en el mundo jurídico de administrar justicia.
Sostengo, a riesgo de equivocarme que hay que prescindir un poco de sociólogos, sicólogos y trabajadores sociales y darle mas cabida, en nuestra vida social, a la ética la moral y la disciplina.
Si alguien ha de frustrarse, que sean los malhechores y no los bienhechores, que los mártires sean los maleantes no los ciudadanos decentes; que se persiga a los denunciados y no a los denunciantes; y que se construyan tantas escuelas como personas quieran educarse y tantas cárceles como ladrones existan.
No encontraremos, en Panamá, hombres honestos, probos y dignos para ocupar esa magistraturas, para ser legisladores o gobernantes, a menos que los importemos; hace muchos años el presidente Belisario Porras lo entendió así, y al ser cuestionado por una ingenua mujer acerca de que ¿por qué no hacia de Panamá una Suiza? El visionario estadista le contesto ¡Como no señora, tráigame a los suizos!
