Carlos E. Ovando covando@prensa.com
Piecesitos de niño azulosos de frío,¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!: (Gabriela Mistral)
Con estupor, pero más que nada con un gran dolor, nos enteramos, hace unos días, de la muerte por ahogo de un niño de escasos dos años de edad.
Este caso, sin embargo, no es un hecho aislado. ¡Cuántas veces no hemos leído o escuchado de menores de edad que son arrastrados por las aguas, en diferentes regiones del país!
Y, claro, de una vez pensamos, con justa razón, que el hecho se debe al descuido de los mayores, llámese madre o hermanos, que estaban en ese momento a su cargo.
Creo que debemos decir, en descargo de la madre de este menor en particular, que esta humilde mujer realmente no midió los alcances de su omisión, ¡qué madre va a querer a su hijo desaparecido en un río crecido! Como en cualquier familia de escasos recursos, muchas veces lo urgente no deja tiempo para lo importante, como dice el dicho.
En otras latitudes, concretamente en Zambia, los cables nos hablan de que el sida y el hambre obligan a más de medio millón de niños a abandonar la escuela y dedicarse a trabajar para poder subsistir, ya que en su mayoría han quedado huérfanos, debido a la epidemia de sida que azota al mundo y en particular a la región africana.
Agrega el cable que los niños se dedican a picar piedras o a trabajar como sirvientes por sueldos de ocho dólares mensuales.
Alrededor del mundo, 170 millones de niños sufren de insuficiencia ponderal, es decir, no tienen el peso adecuado. Más de 3 millones de ellos mueren cada año por esta causa.
Afortunadamente, en Panamá no hemos llegado aún a esos extremos, aunque en algunas regiones del país poco falta para ello.
Siempre es dolorosa la pérdida de una vida humana, pero cuando es la de un niño crea un sentimiento de dolor que es muy difícil de superar. Por eso es que imploramos a todos los padres panameños: ¡cuidemos a nuestros hijos!
Y esto no tiene nada que ver con la retórica que muchas veces escuchamos de los organismos oficiales que hablan de los derechos de los niños, pero que en la práctica, fuera de suntuosas reuniones en todas partes del planeta para discutir el tema, poco aportan.
Aunque sea tan repetitivo aquello de que los niños son el futuro del país, es bueno que lo recordemos, ya que esto no por manido deja de ser una gran realidad.
Es común ver por las calles de Panamá, incluso por las más transitadas, a niños en bicicleta, los que sin medir el peligro hacen toda clase de piruetas, amparados en la inconsciencia que acompaña a la inocencia. O jugando un partido de fútbol cuando cae una tormenta eléctrica sobre la ciudad, o desafiando los carros montados en una patineta. ¡Eso es lo que debemos cuidar! Los que tenemos la dicha de tener hijos (y nietos), sabemos que además tenemos una gran responsabilidad, la de garantizarles que van a crecer y que van a ser adultos con las mismas dichas y responsabilidades.
En la actualidad, el peligro no solo viene de los ríos, durante la época de lluvias, o de las peligrosas llantas de los vehículos. No, el peligro está latente en todos lados, en las escuelas, en las calles, hasta en la casa. Los peligros para nuestros hijos se han multiplicado, la vorágine de violencia que envuelve al mundo tiene en la actualidad a los niños como protagonistas inocentes de tiroteos, atentados terroristas y secuestros. En algunos países, niños han sido, incluso, quemados o asesinados a balazos. ¡No dejemos que eso les suceda a nuestros niños; protejámoslos, por favor!
