REMEMBRANZAS

David y aquellos personajes

En el histórico barrio viejo de David, donde corre orgullosa nuestra famosa “Calle del Fresco” –Avenida 6 Este, en la nomenclatura actual– el placer diario de los niños comenzaba con el alegre tilín de la campana que avisaba de la inminente llegada de la carretilla del “Señor Asturias”. Pintada de color amarillo, con un techo que la protegía del sol, llevaba en sus costados, con trazos irregulares de su propia mano, su marca: “Asturias”.

Y detrás de ella, “empujándola”, su creador. Un artesano de origen español, originario de esa región de la madre patria. En su interior, en tubos de acero inoxidable, conservados en hielo y sal cruda, rodeados con sacos de henequén, el producto de su esfuerzo diario. Helados. Sabrosos helados de su propia receta y fabricación, en sus sabores predilectos de coco y tutifruti.

Los niños pequeños se paraban en los rayos de las ruedas traseras para poder alcanzarlos. Los servía en “barquillos” de su propia confección, tan dulces y crujientes que aún no han podido ser igualados. Todos coronados con la tradicional “ñapa”. Todo por “un real”. Ya no existe Asturias, con su deceso todo terminó. Ningún niño supo su verdadero nombre. Y aunque es más hermoso recordarlo sencillamente como “Asturias”, a muchos les gustará ahora saber que su nombre era Félix Diez Martínez.

Cuando nuestros padres querían “bajar las pipas” de las palmeras que entonces abundaban en los patios de las casas, había que llamar a “Cantinflas”. Nadie sabía su nombre, nunca se supo la razón de su apodo, salvo que alguien le hubiese encontrado algún parecido con el famoso comediante mexicano. Pero era el experto en esa habilidad especial. Arremangándose las perneras de sus pantalones, con una soga al cuello y un filoso machete al cinto, subía a esas palmas a la velocidad del rayo, algunas tan altas que daba miedo verlas. Allá cortaba los racimos y los bajaba sin que se rompiera una sola.

En las tardes cuando pasaban los muchachos voceando los diarios locales de entonces, Ecos del Valle y La Razón, los padres de familia, cuando querían ahorrarse el real, les decían: “No, yo escucho a Ramón Guerra y allí me entero de todas las noticias”.

A un muy conocido chofer de taxi no le gustaba nada que le dijeran “Chupeco”. Se volvía una fiera. Un día tenía estacionado su auto cerca de la estación del ferrocarril esperando por los pasajeros que venían de Armuelles. De pronto de un viejo cedro se desprendió una rama que fue a caer precisamente encima de su taxi. Enterado don Santiago Anguizola Delgado de tan catastrófico suceso, se sintió obligado a hacerlo del conocimiento público a través de su muy escuchado radio periódico. Y con su característico humor poético relató: “Cayó un pilón y mató a un ratón, cayó una teja y mató a una vieja, se cayó un palo seco y aplastó a Chupeco”. Clin. Al enterarse “Chupeco”, exclamó enardecido: “Viejo hijo de la …a”. Le asolearon la abuelita a mi condiscípula Lía.

Decirle “Kangarú” a ese conocido personaje que vendía paletas en su carretilla, era como hurgar en un avispero. Y como nunca nadie le conoció su nombre, para evitarse problemas y adquirir una paleta, llamaban su atención con un sencillo: “hey, una paleta”. Un día Kangarú estaba donde don Pablito Contreras comprando uno de sus famosos raspados.

En la acera de enfrente estaba Erasmo Franceschi, el gran “Machete” y ¿qué inventó? Llamar a un muchacho que pasaba por allí y darle dos reales diciéndole. “Anda allí donde Pablito y te compras dos raspados, uno para ti, de lo que tú quieras y a mí me traes uno de kangarú. El muchacho fue muy diligente a ganarse su raspado y llegó a hacer su pedido: “Uno de piña y uno de kangarú”. Al escuchar don Pablito aquel “horror” y ver cómo se desfiguraba “Kangarú” y se atragantaba con el raspado, solo alcanzó a gritarle al “pelao”: Huye, que te matan. No volvieron a verlo nunca más. Y “Machete”, doblado de la risa, dio por bien invertidos sus dos reales.

Aplaudir a la vez que le gritabas “plas plas”, o gritar “Águila Picapiedra”, al ver cerca a los personajes que se enfurecían al verse llamados con esos epítetos, requería de mucho valor y piernas muy ligeras. Y lo de mi apreciado amigo, Iván Osorio, con mis recordadas vecinas, sobre una mensura, quedará para otra ocasión, por falta de espacio.

Decirle “Pilatos” a Alcides Alvarado era peor que mentarle la madre. Actuaba de árbitro en los juegos de basketball aquí en el gimnasio Rafael Hernández L. En una ocasión, como en otras tantas, cantó una falta, pero luego de reanudado el juego, alguien de la barra penalizada gritó “Pilatos, vendido”. El hombre, lleno de ira, suena el pito, detiene el juego, todo queda en silencio y reclama furioso: “Que sea hombre el que dijo eso”.

Silencio. Nadie contestó. Ningún “hombre” en la barra. El juego continuó y no habían pasado cinco minutos, cuando viene otra falta y se repite lo mismo. “Pilatos, vendido”, suena el pito, el juego queda detenido, No hay “hombres” en la barra. Entonces se levanta Nikito Contreras, personaje de gran verbo y estatura. Y dice: “Yo vine a ver el juego y si es por hombres, con tal de que este siga, bueno, aquí hay uno”. Don Alcides, satisfecho, se lleva el pito a la boca para dar inicio al juego. Pero Nikito, antes de sentarse, agrega: “Pero yo no fui el que te gritó Pilatos”.


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