En días pasados escribí un artículo bajo el título “Patriotas impostores”. Me refería en el artículo al deber primario con Dios y la Patria, antes que con los intereses personales, políticos y de conveniencias, y al temor a las represalias, en vista de que muchos servidores públicos no se atreven a divulgar lo malo que se le haga a la patria, por miedo a perder su trabajo y a las represalias de sus inmediatos.
Las recientes declaraciones vertidas por Juan Carlos Navarro son patrióticas, porque se atrevió a decirlas al ser la inseguridad un problema que afecta la tranquilidad social y la seguridad física ciudadana. Pero son extemporáneas, porque las expresa cuando ya la sociedad se encuentra sumida en el problema.
Es decir, dichas declaraciones no han tomado por sorpresa a nadie, todos sabemos en la situación en que está el país.
La reacción del Gobierno, frente a esas declaraciones, ha sido somera, por tratarse de una alta figura política del partido y de un alto funcionario, elegido mediante el voto popular; de lo contrario, ya hubiese sido destituido y castigado de otra manera.
Con esto queda en evidencia que la ley se hace solamente para los hijos de la cocinera y para los servidores públicos de menor categoría.
Sobre este comportamiento social, político y gubernamental se han escuchado diferentes opiniones. Unos alegan que es una traición al Gobierno y un irrespeto a sus superiores; otros que es una venganza política, pero nadie se atreve a decir que guardar silencio, en detrimento de la nación, también es una forma de traición a la patria.
Es por lo primero que la sociedad no confía ni en las promesas ni en los mensajes de los políticos tradicionales. Todos conforman ese enorme imperio económico, social y familiar, en el que –por conducto de la política– cada cual defenderá sus grandes intereses empresariales, no importa si eso destruye la moral, la economía, la salud y la estabilidad de la familia panameña.
