Una vez conocí a un amante del origami. Los domingos pasaba horas doblando papeles hasta conseguir la forma deseada. Lo que comenzó como un pasatiempo dio origen a usos novedosos. Y así, sus grullas, lechuzas, molinetes y hadas comenzaron a formar parte del decorado de su hogar.
Es cierto que se necesita una gran dosis de paciencia para realizar este tipo de figuras. Sin embargo, una vez se desarrolla cierto apego por esta afición, se le pueden sacar múltiples provechos.
El origami, cuyo término se deriva del japonés ori, que significa doblar, y kami, que quiere decir papel, es una actividad milenaria propia del pueblo japonés.
De acuerdo con algunos datos históricos, esta afición proviene de China, donde se acostumbraba a doblar papeles para ciertas ceremonias religiosas. Es posible que esta costumbre haya sido adoptada en el año 600 d.C. por los japoneses, quienes terminaron por difundir la técnica.
Además de ser apreciada como una artesanía, al origami se le han atribuido algunas virtudes. En una entrevista con La Prensa , Domingo Muñoz señaló que esta actividad tiene la bondad de mejorar la concentración y desarrollar las funciones psicomotoras en general.
Muñoz, quien laboró como instructor de origami durante los talleres impartidos por la Embajada del Japón en agosto, explicó que lo que había comenzado como parte de los rituales religiosos, muy pronto se convirtió en una ocupación popular.
La buena reputación del origami ha llegado hasta las revistas especializadas, que lo promocionan como un elemento de decoración.
Y es que además de darle un toque étnico a su hogar, sirve como complemento de regalos y tarjetas.
