Democracia vs. ‘dedocracia’

Guillermo Endara G. En sendos artículos anteriores, me he referido a lo inconveniente que resulta, tanto para un gobierno como para un partido, que una misma persona ocupe la presidencia de ambos colectivos. También he explicado cómo una de las nóminas que participará en las elecciones de convencionales del Partido Arnulfista el próximo 9 de septiembre, ha logrado una injusta ventaja al agenciarse el control de la preparación y presentación de las nóminas de candidatos, de los procedimientos de votación, de los escrutinios y de las proclamaciones.

Quiero ahora señalar cuál es el objetivo que se busca con estas argucias que hemos denunciado y cuáles serían sus lamentables consecuencias. Limpio de polvo y paja, ese propósito es simplemente poder designar, de a dedo, a los candidatos del partido en las elecciones generales de 2004. Quienes nos oponemos a esos planes y hemos osado manifestar una opinión contraria, hemos sido tildados de “traidores”; sin embargo, al lanzarnos esa acusación se está demostrando una intransigencia y una miopía que contrasta desfavorablemente con el espíritu humanista y la clara visión que deben tener quienes crean poseer capacidad para el liderazgo político.

Así las cosas, la manera como se escogerán los candidatos de nuestro partido en el 2004, dependerá del resultado de estas próximas elecciones internas. Mientras que la otra nómina insiste en mantener la dedocracia que ya resulta obsoleta y fuera del contexto político moderno, nuestra nómina propone cambios básicos que propicien un real ejercicio democrático para la membresía del partido. Las alternativas son diáfanas, y es triste que la dirigencia actual no se percate de su responsabilidad histórica en la encrucijada actual: o renovamos nuestras prácticas internas para fortalecer nuestro partido y nos ponemos a tono con las exigencias de un Panamá que moderniza sus instituciones políticas, o nos quedamos rezagados para vergüenza y escarnio de nuestra generación, al tiempo que pagaremos cara la falta de iniciativa.

Sé perfectamente cómo funciona la dedocracia porque, debo confesar con arrepentimiento, participé activamente como director nacional en la designación de todos los candidatos arnulfistas en la campaña electoral de 1999. Salvo la candidata a la Presidencia de la República, todos los demás candidatos, sin excepción, fueron escogidos de a dedo, mediante un procedimiento totalmente antidemocrático, amén de inconveniente. Soy testigo excepcional de la manera como “se cuecen las habas” en ese sistema, que a nada bueno conduce y muy pocas oportunidades brinda para identificar a los genuinos líderes que necesita el partido y el país.

Efectivamente, el procedimiento dedocrático que viví y experimenté en 1999, fue en esencia el siguiente: (1) la primera etapa fue el “cabildeo previo”, que consistió en que los precandidatos buscaran anticipadamente padrinos en el Directorio, girando principalmente en torno a obtener el favor de la presidenta del partido. (2) Paralelamente, y con mayor intensidad al acercarse las fechas clave, los comités ejecutivos de corregimientos y los directorios distritoriales y provinciales envían resoluciones, recomendaciones y notas al Directorio Nacional, apoyando a posibles candidatos a representantes, alcaldes y legisladores, y a sus respectivos suplentes. (3) Toda clase de intereses interviene a lo largo de esta avalancha de la papelería que, en su camino al Directorio Nacional, debe pasar por las manos de diferentes intermediarios; ellos se sienten en libertad para ignorar o para cambiar las recomendaciones a su antojo, de manera que no hay seguridad de que el documento original llegue intacto a su destino final. (4) El Directorio Nacional, en la etapa final, dedica varios días a estudiar estos confusos y no confiables documentos. Algunas veces se escuchan informes verbales de los más altos dirigentes de la provincia respectiva o de otros interesados que se les concede, excepcionalmente, cortesía de sala. La mayoría de las veces ni se conoce a los precandidatos, ni se sabe a ciencia cierta quién dice verdad, y en quién confiar. (5) Mientras esto ocurre dentro del salón de reuniones donde sesiona el Directorio Nacional, afuera del edificio y en sus alrededores se produce una aglomeración de precandidatos, todos tratando de llegarle a los directores al menos cuando estos salen a comer o a cualquier otra diligencia. (6) Finalmente, en forma salomónica, la presidenta del partido es la que usualmente sentencia y decide quién debe ser el candidato. La razón más poderosa frecuentemente dada es que la persona disponga de dinero para hacer una buena campaña y que pueda también contribuir a la campaña presidencial. A pesar de lo injusto que me resultó este proceso en 1999, tuve la esperanza de que algo bueno hubiese podido surgir de esa situación. Craso error. Debo admitir que todo ha resultado ser un rotundo fracaso, en esencia, producto del método empleado.

El sistema que propone la nómina amarilla, en contraste con el empleado en el pasado que se pretende mantener, es el método de la democracia. Proponemos que absolutamente todos los candidatos a cargos de elección popular se decidan mediante primarias. Los miembros del partido en cada circunscripción serán quienes decidan cuál será su candidato; ellos juzgarán quién es el mejor y votarán por él en forma directa y sin intermediarios. No será en un salón de reuniones en la capital donde se frustren legítimas aspiraciones o se reconozcan méritos inexistentes, en medio de una maraña de intenciones ajenas a los intereses del partido y del país. Y si la consideración económica es importante, que sean los miembros de cada circunscripción quienes lo decidan.

Es una ironía histórica que seamos los panameñistas (hoy incorporados al Partido Arnulfista), el grupo que más sacrificios hizo para hacer prevalecer la democracia en Panamá, el que hoy no pueda predicar con el ejemplo. Como gobierno, nos correspondió establecer instituciones democráticas; celebramos elecciones nacionales ampliamente reconocidas como las más puras y ejemplares en muchos años, actuando con total neutralidad; propiciamos un clima de libertad para manifestar ideas o simpatías políticas. Y resulta más irónico aún, que el partido creado por la dictadura militar como su mandadero más dispuesto, sea hoy día -en apariencia pública- un firme practicante de su democracia interna, cuando antes no tenía ninguna participación en el escogimiento de sus candidatos porque lo hacían los militares sin ambages. En contraste, no es justo insistir en mantener sumido en el atraso al Partido Arnulfista, y encadenarlo a prácticas ya muy superadas y carentes de validez. Las crecientes expectativas de un electorado cada vez más informado y que tiene pleno derecho de controlar su propio destino, exigen su participación efectiva en la toma de decisiones importantes que pueden afectar su calidad de vida y su desarrollo integral. No como simple ejercicio intelectual ni como producto de mi imaginación, sino porque he vivido la doble experiencia de la dedocracia interna en mi partido y externa en mi país, es por lo que la rechazo por injusta, inconveniente y degradante.

La tarea por delante no es trabajo de medio tiempo, ni función que la presidencia del partido pueda delegar. A la luz de estos parámetros, la necesaria renovación del partido requerirá de la dedicación a tiempo completo de una dirigencia con clara visión de futuro.

El autor es ex presidente de la República

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