En estos días, Israel se encuentra injustamente atacado por múltiples frentes: desde el cielo precipitan los cohetes de Hizbulá, destrozando vidas sin discriminación; desde la tierra provienen las críticas ante la natural reacción de supervivencia. Todo comenzó cuando Hizbulá asesinó a seis y secuestró a dos soldados sin ninguna incitación y desde entonces más de mil 500 cohetes han caído en el norte del país causando graves daños materiales como de almas.
Como innegable derecho vino la justa reacción del Ejército israelí, quien ha atacado a esta organización terrorista impregnada como un cáncer dentro del Estado libanés, donde estos fanáticos han encontrado una casa. El Gobierno libanés nunca se ha sentido "cómodo" con este huésped; pero en realidad nunca ha sido lo suficientemente valiente como para arrancarlos de su vientre. Ahora, como un enfermo que no tomó su medicina, paga con dolor su falta de atención.
Podemos criticar las acciones de otros, pero con la discreción de saber bien de lo que estamos hablando. Y la mejor forma de "saber" es con la experiencia misma. Hasta que uno mismo sienta la impotencia de controlar los proyectiles del cielo, no puede criticar a aquellos que reaccionan ante este miedo y frustración. Nuestra crítica sobre las reacciones de otros, por más extremistas, radicales o ilógicas que nos parezcan, cambia rápidamente al volvernos testigos o víctimas de acciones terroristas como estas.
Aun así, imagina este escenario: estás en tu trabajo, calle o casa a cualquier hora del día y te sientes seguro; del cielo lo peor que puede caer es una lluvia fría. Pero de pronto, de alguna forma inexplicable, como un pájaro de destrucción, vuelan, decenas de kilómetros, los kilos de hierro, plomo y pólvora con el único propósito de explotar, de causar daño y muerte. ¿Cómo puede suceder esto si a nadie causas ninguna amenaza? Imagina que en el mejor de los casos no te encuentras en su trayecto y entiendes que sobrevives al sentir el corte del tenso silencio con un ensordecedor "¡BUM!", como 20 relámpagos al unísono que te resuenan hasta la última célula de tu cuerpo, el estómago se te revuelve y las piernas te tiemblan... apenas si te sostienen. Para los ciudadanos en Israel esto no es escenario ficticio; es la rutina diaria, que tan solo por no encontrarse en un búnker de concreto armado, existe la posibilidad de morir.
Ya quisiera describir mejor estos sentimientos de desesperación y temor. Aun dentro del búnker se escucha cada BUM y el cuerpo vuelve a temblar sin control; uno no se acostumbra, no puede dormir, no siente hambre, solo la aprensión de nuestra propia existencia, y la de aquellos a nuestro alrededor.
A aquellos que tienen la suerte de mirar desde al lado, les queda solo rezar porque Dios nos acompañe y que podamos sobrevivir esta difícil etapa, con la vista en frente hacia un mejor mañana, cuando Al-Qaeda y Hizbulá no sean más que un renglón negro en la trágica historia de esta tierra prometida y encantada.
