Intuyo que el mismo inconsciente colectivo que hace de los panameños un pueblo dado a olvidar nuestra propia historia, es responsable de la relativa paz social en que convivimos. Los panameños, se ha dicho hasta el cliché, nos tomamos más en serio las rencillas entre Calle Arriba y Calle Abajo, que los asesinatos políticos, las invasiones y los juramentos de lealtades a partidos políticos y a movimientos civiles.
Pero hasta nosotros deberíamos tener un límite y trazar una raya en la arena que grite: ¡no pasarán! Y del otro lado de esa raya bien podría estar el personaje que desde hace 17 años reside en una cárcel de Miami, fina cortesía del engañoso doble estándar de Estados Unidos. Cuentan que este señor tildó de "perro rabioso" a su más famosa víctima y preguntó a sus verdugos "¿qué se hace con un perro rabioso?", dando paso a la decapitación más notoria de nuestra historia patria y al principio de los eventos que desencadenaron su caída.
Hace poco un diplomático de carrera sudamericano, con menos de un año en nuestro país, me decía que encontraba la actual apertura de Panamá a los estadounidenses, en negocios, venta de propiedades, etc., admirable y más que generosa. Que en su país -que nunca había tenido bases militares enquistadas ni cuitas de soberanías con Estados Unidos- todavía se palpaba un patente resentimiento hacia los estadounidenses como herencia de su intromisión en los asuntos políticos latinoamericanos.
Aquí, para bien, se dan a diario fenómenos impensables en otros lugares: en lugar de saldar las cuentas a tiros, la segunda generación de víctimas y victimarios políticos salen retratados en las sociales haciendo negocios juntos. Y ni hablar de los perdones, romances y encuentros entre políticos y partidos. Un guionista de novelones no tendría tanta imaginación. Somos el país del perdón, santuario de dictadores y tránsfugas… y de la impunidad. A nuestro sistema judicial hay que conseguirle balanza nueva y volver a ponerle la venda sobre los ojos.
Todos sabemos lo que va a suceder si este señor regresa al país. La impunidad encontrará nuevas formas de cachetearnos. El argumento de que es "un prisionero de guerra" provoca risa hasta las lágrimas para todos los que recordamos la noche de la invasión. Él y sus oficiales desertaron antes de la contienda. Podría argumentarse que la valentía se les había agotado. Que la gastaron violando sistemáticamente los derechos humanos civiles y políticos de la población. ¡Ah! Y en hacer de nuestro país un puente obligado para el trasiego de drogas, armas y otras hierbas aromáticas. Pero ¿quién quiere acordarse de esto hoy? Especialmente cuando ex violadores de derechos humanos y ex cómplices de negocios ilícitos gozan de esa convivencia pacífica y desmemoriada que ofrecemos felizmente los panameños.
Hoy me pregunto: Realmente ¿qué se hace con un perro rabioso? He de admitir que de hecho, no sé qué se hace. Pero sí sé lo que no se hace: no lo metes en tu casa. Especialmente cuando en tu casa no hay protección ni vacunas que valgan.
