Muchos de los que se preocupan por el desarrollo cultural y social tienen claro que hay una diferencia conceptual entre educación y formación. Lo primero se refiere al rango que va entre la mera instrucción y el aprendizaje académico; mientras que lo segundo, al desarrollo de niveles que se logran gracias al sentido reflexivo, propio del análisis y la comprehensión crítica de la realidad por parte del ser racional, ante su accionar o respuesta al medio natural y social.
La formación es todo lo que entra en el rango del carácter y la capacidad para aplicar lo aprendido. Es decir, engloba lo educativo. Lamentablemente, el sistema encargado es eso: más educativo que formativo. Es fácil comprobar que esta cualidad se pierde porque va más acompañada de deformaciones que de sentido formativo. Dista mucho el temario académico del objetivo formativo, por ende, el estudiante no logra aprender el valor de lo tratado en clases.
Por eso, propongo que las clases se conviertan en sesiones de aprendizaje más que de sometimiento; con más actividades de discusión y consenso que de aburrimiento. Para que sean sesiones de aprendizaje, deben ser llamativas, liberales, abiertas; con objetivos pero sin rigidez; problemáticas y nunca meras exposiciones.
La academia tradicional debe dar paso a la “aprendemia” (licencia que lanzo para expresar la epidemia de aprendizaje). La cátedra debe favorecer la ávida participación y la exploración de conclusiones o propuestas hipotéticas del conocimiento descubierto, antes que expuesto.
Mi pensamiento es más deductivo que inductivo, pero debemos reconocer el valor de ambos en el aprendizaje. Pero esos enfoques no son suficientes, ya que se debe lograr que la participación y la discusión en grupos o de toda el aula sea la que construya una proximidad al conocimiento de los textos. Estos deben ser la referencia y no el camino de la actividad de aprendizaje; los cuadernos no deben ser para copiar pasivamente, sino para tener un registro de la discusión y las metas logradas, como aprendizaje y solución de los problemas. Incluso, con el registro de errores y su rectificación. Considerar el cuaderno, como una bitácora de aprendizaje.
Una sesión de geografía no debe ser para memorizar mapas, sino para usarlos en discusiones, por ejemplo, de temas políticos, económicos, musicales, históricos, científicos, etc. Por eso, propongo que descartemos todos los libros que se usan en ciencia social, pues son todo menos ciencia social.
Una sesión de aprendizaje puede ser unitaria (nunca dogmática), pero también puede ser diversificada o dividida en temas o tópicos para luego compartirlos. Siempre hay que tratar de vincular el temario con la realidad. Así se le da sentido y valor formativo.
