A raíz de la crisis económica pareciera haber una especie de resurgir de la ética, lo cual es una buena noticia. ¿Es moral que altos ejecutivos de empresas socorridas mediante fondos públicos cobren bonos por un desempeño deficiente? ¿Es moral que un magistrado que no posee los títulos que la ley exige para ejercer tal cargo cobre salarios caídos? ¿Es justo que el Gobierno apruebe un aumento de salarios a funcionarios ineficientes?
Pese a ese resurgir, las referencias cotidianas a la ética no siempre pasan el umbral de la doxa, esto es, de la opinión o de la creencia. La ética como disciplina racional (filosófica) se maneja en niveles más profundos desde el punto de vista epistémico. Como disciplina que es, ha instituido métodos diversos para abordar su objeto de estudio: la moral, es decir, el conjunto de leyes o normas que regulan la conducta humana en términos de corrección, justicia, bondad, etc. Siendo así, su estudio y su enseñanza deben estar en manos de individuos competentes para ello: es decir, profesionales (especialistas de filosofía en la línea de la ética o en filosofía práctica que ya existen en nuestro país) que entiendan la dinámica y complejidad de la reflexión ética, que tengan formación académica relevante para abordar técnicamente los problemas y con capacidad argumentativa filosófica, etc.
Es excelente que se hable y se discuta de ética. Pero se debe tener presente que no todo aquel que habla de, es competente para. De la misma manera en que el matemático es el profesional indicado para la enseñanza del cálculo o de la geometría, es el profesional de la filosofía el indicado para la enseñanza de la ética. Y lo es por la simple razón de que ha sido formado para su enseñanza. Al menos en esto la posición de la Unesco (Philosophy: a school for freedom, 2007) es clara: quienes deben enseñar las disciplinas filosóficas son aquellos que tienen formación filosófica.
En Panamá la realidad de la enseñanza de la ética es otra, sobre todo en las universidades. Así encontramos administradores, relacionistas públicos, psicólogos, pedagogos, abogados, médicos y periodistas enseñando ética sin entender distinciones conceptuales elementales o la raíz de polémicas metaéticas. Resultado: una visión caricaturizada y fragmentada de la disciplina, que se traduce en la sensación de que la moral es una cuestión meramente personal y que, por ello, no hay razones para adoptar un modelo de conducta moralmente deseable, pues al fin de cuentas, todo vale. Es importante recuperar el sentido y autonomía de las disciplinas con respecto a sus especialistas. En la medida en que ello ocurra, la enseñanza de tales disciplinas cumplirá mejor sus propósitos.
Lo anterior no implica que entre las disciplinas no existan puentes o relaciones. Definitivamente que un filósofo, al abordar la ética, ha de remitirse a resultados procedentes de saberes como la psicología, la sociología o la neurociencia, y ello exige ubicar en la perspectiva adecuada esos resultados. ¿Pero cómo hacerlo si de plano no se es competente académicamente en lo que se enseña?