La sociedad panameña es mayoritariamente católica debido exclusivamente a la colonización española durante la época de la conquista que propició la imposición de la doctrina religiosa del entonces imperio ibérico a nuestros aborígenes. Los nativos indígenas se incorporaron al culto de los conquistadores por coerción, admiración a los lujos, armas y poder de los guerreros hispanos, adoctrinamiento gradual a través del monopolio de la educación escolar o por lealtad genética inducida mediante el mestizaje sexual.
Los pocos rebeldes indígenas que no sucumbieron a la integración todavía conservan parte de sus ritos primitivos, adorando incluso a divinidades ya extinguidas de la mentalidad contemporánea. Resulta claro, por tanto, que la adhesión a las huestes católicas de nuestro país fue un evento fortuito de rotundos matices históricos. Si nos hubiesen colonizado los ingleses hoy en día seríamos preferentemente anglicanos protestantes, si hubiesen sido los asiáticos practicaríamos el budismo o taoísmo, si hubiesen sido los árabes veneraríamos al islámico Alá, si hubiesen sido los franceses tenderíamos al laicismo y si hubiesen sido los vikingos seríamos indiferentes a las leyendas bíblicas y adoraríamos a la naturaleza.
En la actualidad, el panorama espiritual criollo está experimentando variaciones importantes.
Ha habido un incremento importante del evangelismo cristiano promovido por misioneros norteamericanos que han aprovechado la globalización de la información, la influencia yanqui en el hemisferio americano, la adinámica búsqueda de fieles por la Iglesia Católica, la doble moral en materia sexual exhibida por la clerecía pontificia y la separación, cada vez más creciente, de la relación Iglesia-Estado que seguramente culminará, algún día, con la eliminación de las prebendas estatales concedidas en subsidio y monopolio religioso oficial.
Recientemente, participé en una gira a la comunidad de Ciricito, región localizada a las orillas del lago Gatún entre Colón y Panamá Oeste, para investigar el brote de encefalitis equina. Quedé perplejo al percatarme que en una población de aproximadamente 500 habitantes operaban, además del catolicismo, cuatro congregaciones cristianas. Los pentecostales, metodistas, adventistas y baptistas competían por apoderarse de las almas del pueblo requeridas para amplificar el rebaño de sumisos al servicio de intereses políticos y comerciales recónditos.
Para colmo, el Ejército de Salvación y los Testigos de Jehová ya habían hecho aproximaciones para incorporarse al ascetismo competitivo y ganar adeptos para sus respectivas creencias. Lo más lamentable es que para asegurar la bendición del Supremo se sugiera el pago de un diezmo, particularmente a personas humildes que ni siquiera tienen para satisfacer las necesidades básicas de sus retoños.
Un número no despreciable de panameños, quizás decepcionados por la rigidez y sofismas de los dogmas cristianos, ha empezado a explorar las creencias orientales basadas fundamentalmente en el fomento de una espiritualidad personal, sin intermediarios ni adoración de imágenes, enfocada en el beneficio del ser humano dentro del marco del reino animal, mediante la meditación y la sublimación de las necesidades emocionales de nuestra especie. Basta recordar que sólo un tercio de la población mundial cree en la existencia o divinidad de Jesús y dificulto que, por ello, la mayoría de los terrícolas no logre la supuesta salvación de sus almas, tal y como pregonan delirantemente los jerarcas cristianos.
Finalmente, otro grupo de panameños hemos decidido vivir sin religión alguna, brindándole honor a John Lennon cuando escribió una frase de su famosa canción que decía Imagine no religion, a brotherhood of man.
Para no depender de misticismos y especulaciones ante la incertidumbre cósmica, nos basta sumergirnos en el mundo de la ciencia, la filosofía y la cultura, exfoliando los vestigios del primitivismo ideológico, temor por lo desconocido e intolerancia a la diversidad de nuestros antecesores simiescos.
El siglo XXI nos abre las puertas del conocimiento. Si lo enfrentamos con sano escepticismo y nos esforzamos por educarnos, liberarnos del hermetismo religioso, despojarnos de hipocresía y egoísmo, actuar con honestidad y expresar tolerancia y solidaridad hacia nuestros vecinos, será entonces cuando Panamá emerja como nación civilizada, próspera e independiente. ¿Qué esperamos?

